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IN MEMORIAM

Escribe: Aníbal QUIROGA LEON(*)

 

José Antonio, un personaje interesante y muy singular: estaba persuadido de la responsabilidad criminal de Fujimori, así lo sostuvo judicialmente, ganando la condena final y escribió un libro que da pleno testimonio de ello, pero no era -ni lo llevaba a ser- un acendrado “antifujimorista”

 

José Antonio Peláez Bardales (1946-2024) fue un hombre de familia y de estirpe de juristas provenientes de la pujanza provinciana. Era, además, un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, al decir de Antonio Machado.  Desde 1989 había conocido primero a su hermano Edmundo, a la sazón Vocal Superior penal de la Corte Superior de Justicia de Lima y líder gremial de los magistrados, con quien tuve ocasión de compartir la Comisión Redactora de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que viera la luz en el primer trimestre de 1992 luego de más de un año de arduo trabajo.  El concurría con una delegación de Magistrados y yo por delegación del Colegio de Abogados de Lima.
Años después tuve ocasión de conocer a José Antonio por esos avatares profesionales, casi en las postrimerías de su labor fiscal en el Ministerio Público al que había dedicado casi toda su vida profesional.  Lo había visto varias veces en procesos emblemáticos, y -como no- en el mega juicio al expresidente Alberto Fujimori a quien, como personaje aforado y extraditado desde Chile, le tocó en suerte acusar ante el Poder Judicial al ser el entonces Fiscal Supremo titular a cargo de la acusación en el proceso que debía llevarse a cabo en sede originaria de la propia Corte Suprema, en una Sala Penal Especial del Supremo Tribunal.  También lo pude observar posteriormente como Fiscal de la Nación, cargo que ejerció con particular eficiencia en una institución esencial en el sistema de administración de justicia que -como se ha visto- es ciertamente muy compleja.
Su actuación en el Caso Fujimori fue descollante, y le correspondió llevar a cabo la acusación fiscal del caso, hasta lograr una contundente condena. Lamentablemente, por no pertenecer al mundillo caviar ni tener las preces de un sector de los llamados “defensores de los derechos humanos”, su actuación trató de ser deslucida, cuando no desconocida, sobre todo con la actividad poco leal de quien le secundaba en la tarea: un Fiscal Superior que alevemente quiso llevarse todo el mérito del mega proceso a Fujimori, para ocultar su mediocridad, ya que nunca llegó a ganar concurso alguno para acceder al cargo de Fiscal Supremo, conforme a las reglas constitucionales,  pero que desde entonces siempre se presenta indebidamente urbi et orbi como “Fiscal Supremo”, título y jerarquía que no le correspondían y nunca consiguió constitucionalmente, por más que concursaba infructuosamente. Sucesivamente fue “jalado” en el examen de conocimientos hasta que entendió que lo suyo no era el Ministerio Público y renunció.  Sus discutibles “pergaminos” lo llevaron, finalmente -y, quizás por eso mismo- a terminar como ministro del ex presidente Castillo en una cartera de la que ciertamente sabía muy poco y en la que fue cesado rápidamente, no sin antes, fiel a su espíritu, pasearse por cuanto medio le dio cabida, abjurando de quien le había permitido culminar su carrera profesional con un efímero y poco lucido fajín ministerial. Hoy lo acompaña el olvido más estruendoso.
Preguntado José Antonio por este desleal personajillo, sin embargo, nunca expresó reproche o inquina o animadversión. Fue un hombre bueno que no guardaba resentimiento, ni rencores, en su espíritu. No tenía espacio para ello.
Tuve ocasión de asistirlo profesionalmente en alguna cuita de procedimiento legal, cuya defensa y amparo me confiara, de la que salimos bien librados, y aquello sirvió para conocernos más y generar una afectuosa, recíproca y cálida amistad.  Será por eso que atendió mi sugerencia de reunir toda su experiencia y privilegiado material de primera mano del caso más famoso que le tocó atender como fiscal acusador, para escribir un libro sobre su experiencia en el Caso Fujimori, ese en el que un sector ideologizado le mezquinaba mérito y participación. Insistí vivamente en ello.

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Y lo hizo. Finalmente publicó el libro “El Juicio del Siglo: el Caso Fujimori-Igualdad ante la ley” (Grijley, Lima, 2017).  En el proceso de hacerlo, tuvo a bien confiarme la enorme responsabilidad académica de corregir el original y hacerle algunas puntuales sugerencias de estilo y redacción.  José Antonio, que a su bondad sumaba una excelente y culta prosa, y una gran humildad personal, atendió todas las sugerencias con el mejor talante.  Será por eso que, además, me honró con mi participación en la presentación de su obra en la Feria del Libro, lo que recuerdo con enorme satisfacción.

 

discrepaba de la Corte Suprema -señalando que él como Fiscal titular de la acción penal no lo había solicitado- en la sobre calificación que la Corte le impuso a Fujimori a la condena señalando que los delitos por lo que fue justiciado eran “delitos de lesa humanidad”, en el entendido -como hombre de derecho- de que ese delito, como tal, no estaba vigente en el Perú

 

Hablando del libro, de su contenido y del caso mismo, tuve entonces ocasión de preguntarle -no siendo penalista- si al final de cuentas, más allá de la condena judicial a Fujimori que muchos discutían por muy diversas razones, si él estuvo y estaba convencido de la responsabilidad criminal de Fujimori en los cargos formulados y en la condena impuesta.  Su respuesta no dejó de sorprenderme: luego de haber sido protagonista estelar del caso, de ser el Fiscal acusador del caso, de sostener las imputaciones y la carga probatoria en el mismo, José Antonio estuvo -al final del juicio- y lo estaba posteriormente, plenamente convencido en la responsabilidad de Fujimori y de merecer una condena. Quizás no tanta en el total de la pena le fue finalmente impuesta, ya que consideraba que en justicia pudo haber merecido algo menos -pero no tan menos-, que el máximo de la pena que finalmente le impuesta por la Sala Especial de la Corte Suprema. Pero que -al mismo tiempo-  no tenía duda alguna de la responsabilidad final de Fujimori, ni de la legitimidad de la condena judicial, aun cuando -tal vez- no en el total impuesto.
Ciertamente, discrepaba de la Corte Suprema -señalando que él como Fiscal titular de la acción penal no lo había solicitado- en la sobre calificación que la Corte le impuso a Fujimori a la condena señalando que los delitos por lo que fue justiciado eran “delitos de lesa humanidad”, en el entendido -como hombre de derecho- de que ese delito, como tal, no estaba vigente en el Perú a la fecha de los hechos por los que fue juzgado Fujimori.  Una válida objeción basada en el elemental principio de tipicidad y de legalidad que un jurista, que se precie de tal, debía sostenerlo.
Era, por tanto, José Antonio, un personaje interesante y muy singular: estaba persuadido de la responsabilidad criminal de Fujimori, así lo sostuvo judicialmente, ganando la condena final y escribió un libro que da pleno testimonio de ello, pero no era -ni lo llevaba a ser- un acendrado “antifujimorista”.  Tenía la suficiente bondad, bonhomía y caballerosidad para distinguir claramente entre la persona juzgada -y su personal responsabilidad- de su entorno político, de sus simpatizantes y de lo que -mucho o poco- podía ser la ideología que le rodeaba.
Sólo te has adelantado en el camino, querido José Antonio. Orgullo para tus amigos y allegados; consuelo y resignación para tu familia. Descansa en paz.
(*) Jurista. Profesor Principal de la PUCP y de la U. de Lima.  Profesor Post-Grado de USMP.
Blog: http://blog.pucp.edu.pe/blog/anibalquiroga-derechoprocesal/

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