La atmósfera de intolerancia y violencia impune, donde todos creen actuar justicieramente desde su trinchera buscando destruir al otro, es la versión primaria de esa guerra civil no convencional a la que aludo
“La herejía de ayer será el credo de mañana”, solía expresar Víctor Raúl Haya de la Torre al referirse, en los años 70 del siglo pasado, a cómo las líneas vectoras de su propuesta política, el aprismo —formuladas medio siglo antes—, eran abrazadas en diferentes realidades del mundo, especialmente lo relativo a la democracia social y la integración económica.
Quienes llegamos a conocerlo y tratarlo, lo imaginamos hoy al viejo Víctor Raúl sonriendo tras la caída del muro de Berlín y el fin de la mayor parte de dictaduras comunistas, el fortalecimiento de la Unión Europea (en estos días suscribiendo un ventajoso acuerdo con el Mercosur), el rol trascendente del Perú en APEC y otras manifestaciones de la sensatez humana. Pero también lo veríamos preocupado e intentando explicarse cómo sobreviven los regímenes autoritarios de Cuba, Corea del Norte, Rusia, Venezuela, Nicaragua y demás.
Anticiparse y otear el horizonte es quizás la herramienta de ejercicio intelectual que mayormente aprecié de Haya de la Torre. Y la puse en práctica vaticinando hace más de 10 años el desastre hacia el cual nos conduciría una reforma del sistema político que alentaba a las “cabezas de ratón” mediante el fácil trámite de gestación y multiplicación de partidos políticos, en vez de fortalecer y democratizar internamente a los ya vigentes y perfectamente situados en los espectros ideológicos de la derecha, el centro y la izquierda.
Hoy, que estamos al borde de contar con más de 40 organizaciones partidarias para la disputa presidencial de las elecciones del 2026, son lugares comunes las rasgadas de vestiduras y las caras de preocupación, como se evidenció en la última cita de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE). Quienes prevenimos este escenario y abordamos con terquedad sus nefastas consecuencias, tenemos derecho a reclamar la patente.
Como también lo hago con mi más reciente hipótesis en torno a que nuestra nación vive la antesala de una guerra civil no convencional que cada día cobra evidencia en hechos casi anecdóticos, pero de connotaciones más trascendentes.
Me refiero, de manera puntual, a los ataques físicos y verbales a los parlamentarios Susel Paredes, Patricia Chirinos, Alejandro Cavero y Hamlet Echevarría (este último obligado por ronderos de Celendín, chicote en mano, a dar una vuelta por la plaza principal de esa jurisdicción), entre otros. A las algaradas y la hostilización pública hacia periodistas como Beto Ortiz, Rosa María Palacios y Marco Sifuentes. Aunque Sifuentes, valgan verdades, recibió de su propia medicina al celebrar años antes (dándoselas de irónico y cachoso) el puñetazo en la cara propinado al parlamentario Ricardo Burga.
La atmósfera de intolerancia y violencia impune, donde todos creen actuar justicieramente desde su trinchera buscando destruir al otro, es la versión primaria de esa guerra civil no convencional a la que aludo. Y lo peor es que se está normalizando en las redes sociales, donde se la celebra y estimula. Esto sucede ante las narices de un Estado incapaz de poner orden o hacer imperar la mínima armonía social.