A diferencia de las dos citas anteriores del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en las cuales fuimos país anfitrión – 2008 y 2016 – la que habrá de culminar la presente semana en Lima con la asistencia de los líderes tiene una atmósfera tensa, convulsionada e impredecible en cuanto a efectos u actos colaterales que podrían empañarla.
Hoy en cambio se detecta a kilómetros de distancia la angustia, el temor y desubicación del Poder Ejecutivo frente a lo que pueda acontecer entre el 11 y 16 de noviembre.
Dicha atmósfera se gesta, sin duda alguna, en el hartazgo cada vez más generalizado que el ciudadano común siente por el gobierno de Dina Boluarte poco antes de cumplir dos años de gestión. El 2008, Alan García gozaba de un amplio reconocimiento y legitimidad, encabezando una administración sensata, económica y socialmente pujante, y con un grado de oposición parlamentaria pugnaz pero inefectiva. Igual pasó con Pedro Pablo Kuczynski quien el 2016 iniciaba la conducción del estado y gozaba todavía la luna de miel del mandato recién estrenado. La mayoría fujimorista del Congreso no perturbó en ese periodo las condiciones para ponernos a la altura del encuentro APEC.
Hoy en cambio se detecta a kilómetros de distancia la angustia, el temor y desubicación del Poder Ejecutivo frente a lo que pueda acontecer entre el 11 y 16 de noviembre, obligándolo a tomar medidas extremas de seguridad o supuesto orden (por ejemplo, las polémicas clases escolares virtuales en Lima, Callao y Huaral los días lunes, martes y miércoles). Hasta se planteó en un primer momento restringir las actividades comerciales pero la oportuna intervención de la CONFIEP y otros gremios hizo notar al presidente del consejo de ministros, Gustavo Adrianzén, que no debíamos retornar a la pesadilla de las restricciones impuestas por Martín Vizcarra (candidato a una cárcel del Perú) durante la pandemia del COVID-19.
El solo hecho que Adrianzén dedique tiempo a establecer una especie de “pacto institucional” con gobernadores regionales, alcaldes, transportistas y otros, a fin de garantizarse un compromiso firme en pro del buen desenvolvimiento de la cita APEC; y que Boluarte reitere desde Palacio invocaciones para que nadie agite aguas durante las próximas 144 horas, revela que el miedo pisa los talones del pánico.
Lo cierto es que la mayoría de compatriotas abraza una conducta prudente y juiciosa cuando nos corresponde recibir dignatarios internacionales. No necesita normas ni ukases gubernamentales para ponerse a la altura de las circunstancias.
Pero también es una verdad incontrastable que hoy existe una acumulación de frustración y enojo contra la gestión de Boluarte y un clima pre electoral agitado. Este cóctel explosivo solo permite formular un pronóstico reservado en torno al completo éxito de APEC 2024.
Con todo, la consecuencia natural de este cuadro guía irremediablemente hacia la vacancia de Boluarte. Ya no estamos ante un gobierno mínimamente respetable. Y nunca más lo será cuando acaba de nombrar al populista-estatista Alejandro Narváez como presidente de Petroperú.
La vacancia camina sola y llegará a su destino sin contratiempos.