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INTELIGENCIA ARTIFICIAL (IA) Y ESPIRITUALIDAD

Gustavo Blanco Ocharan

gblancociticars@gmail.com

 

Dentro de la compleja creación que representa el ser humano, uno de sus rasgos distintivos especiales que lo caracteriza es el de la inteligencia; entendida ésta como la habilidad para razonar, planificar y resolver conflictos; la misma que determina la capacidad cognitiva, la habilidad inventiva y la versatilidad para adaptarse, reafirmando su evidente supremacía evolutiva.
Hasta hace no muchos años, era materia de estudios y medición únicamente la capacidad racional de las personas, el coeficiente intelectual (IQ) referido principalmente al lenguaje, el raciocinio, la capacidad deductiva, la memoria, la visión espacial, etc. posteriormente se abrió la posibilidad de evaluar otras competencias más sociales (blandas) referidas a la comunicación, la sinergia, la empatía, la creatividad, entre otras destacando el concepto de inteligencia emocional como una habilidad de mayor proyección y adaptación frente a las exigencias de la vida; el corolario era que si bien nuestra capacidad racional es limitada, las habilidades emocionales no lo son y se pueden aprender, expandir y perfeccionar con el tiempo.
Además de la inteligencia racional y la inteligencia emocional, el ser humano posee un poder intuitivo único vinculado con lo que podemos calificar inteligencia espiritual que escapa tanto, de los confines de la razón pura, como de las emociones variopintas y se manifiesta con asombrosa precisión dentro del todavía misterioso campo del subconsciente y del mundo invisible; una corazonada, un sueño, una premonición puede sorprendernos tanto o más que un sofisticado invento o persuadirnos como lo haría un líder carismático.
La razón, las emociones y la espiritualidad actuaban como incomparables atributos exclusivos del ser humano que nos llevaba a actuar con un poco disimulado aire de superioridad y seguridad; sin embargo, últimamente está emergiendo con asombrosa proyección la Inteligencia Artificial (IA) todo un fenómeno imparable que se manifiesta dispuesto a cambiarlo todo, a obligarnos a replantear los propios cimientos de nuestra existencia, los valores, nuestras creencias e incluso amenaza nuestras legítimas aspiraciones trascendentales.
La computadora fue considerada como el mayor invento del siglo XX; hoy en día no concebimos la vida sin un ordenador, nuestra interrelación con las máquinas y los servidores “inteligentes” como nuestros teléfonos; no solo es necesaria, sino que casi se ha tornado imprescindible, desde que despertamos hasta que nos acostamos estamos interactuando con el teléfono, la computadora, las redes sociales, etc.
En 2016 al ser presentado públicamente el robot Sophia se produjo una situación incómoda al dar el robot una respuesta que puede ser considerada solamente anecdótica pero que también da pie a una profunda reflexión; el hecho sucedió cuando su inventor el doctor David Hanson le preguntó públicamente si destruiría a los seres humanos Sophia contestó “Está bien destruiré a los seres humanos”. Han pasado más de 6 años de aquella intervención anecdótica y hoy en día la posibilidad que las máquinas desplacen al hombre es cada vez más latente, dentro de un contexto de extinción real o irrelevancia o inutilidad práctica.
La Inteligencia Artificial viene ocupando espacios de manera sorprendente e imparable, artículos como Siri de Apple o Alexa de Google no solo reproducen voz humana sino que dan consejos y recomendaciones  con criterio y haciendo uso de información personalizada; hoy en día los jóvenes confían más en las recomendaciones del ordenador que la de sus propios padres; nadie concibe ya un viaje utilizando mapas impresos, cuando tenemos la localización satelital y la descripción de rutas, tráfico y alternativas a un solo clic. Todos de algún modo hemos abdicado a nuestra supremacía racional para acomodarnos a la información instantánea cero errores con la que a menudo tomamos decisiones mejor sustentadas.
En su libro 21 Lecciones para el Siglo XXI Yuval Noah Harari, plantea el tema y afirma que no podemos concebir el siglo XXI sin considerar el poder y efecto de la tecnología en la vida de los seres humanos el impacto en todos los aspectos de la vida moderna es insoslayable, entonces comenzamos a cuestionarnos qué tan amenazados podemos sentirnos y cómo debemos prepararnos para afrontar un escenario que hasta hace 20 o 30 años era ciencia ficción pura.
El robot del siglo XXI comienza a ser empático, está aspirando a configurar emociones pudiendo ya comprenderlas mejor que un humano, como así; porque se ha comprobado que todas las decisiones que tomamos se basan en el cálculo de probabilidades que en fracción de segundos hacen nuestras neuronas, esta afirmación planteada por Yuval Noah Harari, cuestiona el libre albedrío pues, en realidad nuestras elecciones pueden no ser tan intuitivas si no estar más bien ligadas y condicionadas al procesamiento neurológico.
Si aceptamos esta premisa sobre el funcionamiento del cerebro, bien podríamos advertir un nada lejano conflicto de competencias entre las neuronas y los algoritmos, ambos destinados a manejar y procesar información bajo la misma premisa de ensayo y error con la diferencia que nuestra experiencia estaría limitada a la información real o atávica que almacenamos, mientras que los algoritmos informáticos estarían utilizando las enormes carreteras de información ancladas en las nubes con las experiencias de millones de seres humanos siendo la respuesta igualmente instantánea pero inmensamente más rica, útil  y probabilísticamente superior.
Los robots se están “emocionando” y mimetizando con los humanos, podrán acaso adquirir algún grado de consciencia o será el ser la única reserva espiritual capaz de proteger y salvaguardar los destinos de la humanidad; estamos sin duda frente a un desafío en el que la Inteligencia Artificial se torna una amenaza y la Inteligencia Espiritual parecería asomarse como  el único paliativo, si somos capaces de canalizar con sabiduría los arrebatos de la tecnología.

California setiembre 11, 2022

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