Esto último también ocurre con algunas firmas extranjeras que operan en el país, en el caso de que tengan tres o más miembros del PCCh empleados (una situación no poco común teniendo en cuenta los más de 95 millones de miembros).
Este borroso límite entre lo privado y lo estatal está detrás de la controversia que ha afectado en los últimos años a Huawei, luego de que EE.UU. acusara a la principal empresa privada de equipos de telecomunicaciones de China de ser un frente para el espionaje estatal (algo que la compañía niega).
«Capitalismo estatal»
Estos rasgos socialistas que aún persisten en el modelo económico chino, y que han llevado a que muchos analistas lo tilden de «capitalismo estatal», también han exacerbado la guerra comercial entre China y EE.UU.
Si bien el conflicto se centra en la balanza comercial, muy inclinada a favor de Pekín, Washington y otros socios comerciales de China reclaman por las enormes ayudas estatales que reciben las empresas privadas chinas, y que las ponen en ventaja con respecto a sus rivales internacionales.
«Las empresas privadas chinas tienen una doble ventaja: toman créditos de bancos públicos y reciben subsidios energéticos de las empresas estatales que controlan toda la producción de energía del país», señala el periodista y analista internacional Diego Laje.
Laje, quien fue presentador en la Televisión Central de China (CCTV) en Pekín y corresponsal para Asia de la cadena estadounidense CNN, considera que China «no se puede llamar capitalista porque no cumple con los requisitos y compromisos de la Organización Mundial del Comercio (OMC)», a la que adhirió en 2001 y que aún no lo reconoce como «economía de mercado».
No obstante, el periodista destaca que «en el día a día la intervención del Estado no se siente, lo que da una sensación de libertad» que hace que en muchos sentidos la economía china opere como un sistema capitalista.
Inequidad
Si bien la liberalización de la economía ha reducido fuertemente la pobreza, también ha aumentado la brecha entre ricos y pobres.
Se nota en los servicios de salud: la mayoría de los chinos dependen del sistema público, muchas veces abarrotado, pero los más ricos acuden a hospitales privados.
La mayoría de los chinos dependen del sistema de salud público, pero los más ricos acuden a hospitales privados.
La educación china también ha sufrido cambios. Sigue siendo estatal pero ya no es completamente gratuita.
«Hay 9 años que son obligatorios y no se pagan. Pero para ir al secundario y la universidad hay que pagar», le dijo a BBC Mundo Xiao Lin, una intérprete originaria del sureste de China que emigró a Pekín para estudiar y trabajar.
Xiao es una de las muchas personas que padece la profunda crisis inmobiliaria por la que atraviesa China, con decenas de miles de casas nuevas sin vender porque muchos no pueden pagarlas.
«Las casas son cada vez más caras y solo los ricos pueden comprarlas. Los profesionales jóvenes como yo no podemos acceder a tener nuestra propia vivienda y dependemos de nuestros padres o abuelos», cuenta.
Estas diferencias socioeconómicas están muy lejos de lo que propone el comunismo, que apunta precisamente a eliminar las clases sociales.
¿Contradicción?
¿Cómo explica el PCCh, que en el pasado persiguió a quienes creían en el «capitalismo», el éxito de su «capitalismo estatal» que ha llevado a China a convertirse en la segunda economía más grande del mundo?
Según Anthony Saich, director del Ash Center de la Universidad de Harvard y autor del libro From Rebel to Ruler: 100 Years of the Chinese Communist Party («De rebelde a dirigente: 100 años del PCCh»), la dirigencia del partido simplemente cambió el relato.
Xi Jinping lidera el Estado, el PCCh y el Ejército -«la santísima trinidad comunista», afirma Laje- y muchos lo consideran el gobernante chino más poderoso desde Mao.
«Los actuales líderes de China han reescrito la historia de una manera que borra este aspecto de la historia oficial», le dijo a BBC Mundo.
«Si bien admiten que Mao pudo haber cometido algunos errores, ignoran el ataque a los ‘seguidores de la vía capitalista’ y explican la Revolución Cultural como un experimento del cual el partido aprendió. Enfatizan que fue un ataque a la corrupción, al burocratismo, etc.».
«Xi Jinping, en lugar de ver la era pos-1949 dividida en dos historias (una bajo Mao y otra bajo reformas) lo considera una línea ininterrumpida de experimentación que ha resultado en lo que el partido es hoy», señaló.
Saich, al igual que muchos otros expertos, resalta que, bajo Xi, China «se ha alejado de las influencias más liberales del mercado que se experimentaron anteriormente».
Por su parte, Laje observa que también se ha endurecido. «Están aumentando los niveles de represión y control y se ha perfeccionado la tecnología para que hoy China sea un Estado policial perfecto«.
Para Broderick, el líder chino «está convencido de que la desintegración de la Unión Soviética se dio porque dejaron de lado sus raíces comunistas y no quiere que eso ocurra en su país».
Sin embargo, consultado sobre si la China de Xi se está haciendo más capitalista o más comunista, Saich opina que ninguna de las dos opciones es acertada: «Es más estatista».