En el Perú, donde la desvergüenza ha alcanzado niveles de institución, tenemos a una auténtica campeona mundial de la ausencia hemática en un rostro originario. Es nuestra Presidente de la República.
Cuándo éramos chicos (aquéllos que venimos de los 50 o 60 del pasado siglo) veíamos las series de cowboys. Allí se nos “enseñaba” que los indios eran los malos y los blancos, los buenos. No sabíamos por entonces que había blancos traficantes de armas, que multiplicaron su fortuna a partir de ese giro de negocios en el borde de la legalidad: JP Morgan, por ejemplo.
También “aprendimos” que los indios eran “pieles rojas” y los blancos, “caras pálidas”. Y esto debido a su respectiva coloración o decoloración dérmica. “Cara pálida” era entonces aquel que sólo tenia color cuando se enrojecía por exceso de actividad física o por vergüenza. Pero había aquéllos que no sentían vergüenza y se decía que no tenían sangre en la cara, porque ni su rostro enrojecía.
En el Perú, donde la desvergüenza ha alcanzado niveles de institución, tenemos a una auténtica campeona mundial de la ausencia hemática en un rostro originario. Es nuestra Presidente de la República.
Dina Boluarte no es generosa, ni de casualidad. Cuando muy pronto quedó claro que su presencia era un obstáculo para la unidad nacional, insistió en sostenerse a toda costa en el poder porque ese era el mandato constitucional. La legalidad la amparaba pero la legitimidad no. Tuvo ayayeros, por supuesto, que en el afán de negociar tajadas de poder (en el Perú no hay cuotas sino porciones) alentaron su atornillamiento.
Dina Boluarte no es competente, no tiene idea de qué es el gobierno y la composición de sus gabinetes así lo evidencia. Sus ministros fueron apenas mejores que los de Castillo cuando tuvo oferta de los mejores técnicos del Perú
Dina Boluarte no es bella ni opulenta y eso, que no debería ser ningún problema, para ella sí lo es. Quiere ropa cara, quiere afeites y cuando es obvio que no alcanzan quiere cirugías, quiere joyas, relojes y lapiceros ostentosos, quiere conocer el mundo y recibir honores obligatorios y aprovecha cualquier excusa para viajar, con el aval de congresistas, que luego cobran (es una figura) el precio de su voto. Pero lo de la mona y la seda, eso queda.
Dina Boluarte no es modesta, al contrario, es vanidosa. Y cuando se da cuenta de que el sueldo presidencial le parece insuficiente se lo más que duplica, no tanto para hacer una chanchita en su último año sino más bien para asegurarse una pensión gorda el resto de su vida.
Dina Boluarte no es perspicaz, no se da cuenta que todos estos alardes de frivolidad e incompetencia, ofenden profundamente al pueblo peruano. Es peor, opta por mentir con descaro y si la mentira se descubre elige hacerse la ofendida. Dina es detestada y lo será más cada día. En ese marco ¿conviene que siga gobernando o conviene activar la institución constitucional de la vacancia?
Se viene una tormenta que ya empezó. Los mineros ilegales exigen la ilegalidad eterna (REINFO para siempre) y amenazan que no aceptarán nada menos. Ya rodearon el Congreso, ya comenzaron a tomar carreteras, ya anunciaron que no cederán. Y la presidente desangrada ha salido a decir que el gobierno tampoco. Se viene una confrontación entre el Perú formal y el Perú ilegal (los informales están al medio). El Perú formal tiene la obligación de ganar y para eso requiere un líder respetable. Y, perdone señora Presidente, usted no califica.
El 26 de julio sabremos si tenemos una otra opción. El presidente del Congreso podrá ser un tal José Jerí o alguien con su perfil de vasallo, lo que satisfará a la señora Boluarte, o una señora como Gladys Echaíz o alguien con sus características (hay tan pocos). Según eso, la presidente linfática estará notificada de su verdadera circunstancia.