DESTACADASOPINIÓN

PUCP : Presentaron 4° Libro Promoción 1980

PALABRAS DE PRESENTACIÓN 4° LIBRO PROMOCIÓN PUCP 1980


 

Aníbal QUIROGA LEON

Decano facultad de Derecho UCV. Jurista


 

Querido Dr. Salomón Lerner Febres

Rector Emérito de la PUCP

Querido Dr. Lorenzo Zolezzi Ibárcena

Profesor Emérito de la Facultad de Derecho de la PUCP

Queridos amigos de la Promoción 1980 de la Facultad de Derecho de la PUCP

Amigas y amigos que nos acompañan esta noche desde la audiencia.

 

Mis palabras finales a esta magnífica y sentida presentación del 4° Libro que nuestra Promoción 1980 de la PUCP ha editado, con las semblanzas de vida y del camino recorrido en 45 años por sus integrantes, esperan ser breves e interesantes dado el tiempo transcurrido.

Last but not least.

Ya tuve oportunidad de señalar que nuestra Promoción fue, ciertamente, excepcional. Tuvimos la excelencia en la docencia jurídica. Tuvimos la impronta de lo más graneado de los Wisconsin Boys en la revolución de la enseñanza del derecho. Tuvimos profesores con una gran mística, pese a las carencias físicas que entonces vivimos por cuatro años en las famosas “casetas de derecho”.  Solo en el ciclo final se habilitó un aula grande en la nueva construcción de material noble, la 105, en lo que hoy es el local definitivo de la Facultad de Derecho, que ahora se llama “Auditórium Dammert”. Allí transcurrió parte de nuestro penúltimo ciclo y casi todo el último ciclo concluido en diciembre de 1980.

No teníamos computadoras. Mucho menos celulares. Casi es imposible imaginar la vida de hoy sin esta tecnología. Vivíamos pendientes de los pocos teléfonos públicos disponibles, accionados por un RIN, y preparábamos nuestros trabajos en máquina mecánica, tal como lo hicimos con las tesis para el grado de bachiller en derecho.

Ah!, es que en aquella época había que hacer tesis para el bachillerato y, sin eso, no había examen de título profesional de abogado. Felizmente, no nos tocó aquello del “bachillerato automático” que vino luego en los ‘90.

Sin duda también tuvimos profesores excepcionales. Brillantes.  Por citar a los más representativos, con el riesgo de caer en el grosero error de omitir alguno. Es el caso de José Hurtado Pozo, José Santos Chichizola, Shoschana Zusman, Fernando de Trazegnies, Héctor Cornejo Chávez, Humberto Medrano, Carlos Blancas, Jorge Avendaño, Javier de Belaunde, Alberto Bustamante, Guillermo Figallo, Roberto McLean, Mario Pasco, Manuel de la Puente, Mario Ferrari, Alonso Polar, Enrique Norman, Enrique Elías, Luis Bedoya Vivanco y Domingo García Belaunde -con quien luego hemos desarrollado luego una entrañable amistad-, por citar solo algunos que de pronto vienen a mi mente.

Luego de mis estudios de post grado y siendo Secretario Académico de nuestra Facultad de Derecho, pude constatar desde la administración de la Universidad que muchos de los profesores de derecho no cobraban sus cheques por la docencia, creando un problema administrativo, optando algunos (recuerdo vívidamente a Enrique Bernales, dentro de varios) que expresamente donaban sus emolumentos. Eso era mística y compromiso con la docencia. Es que era un privilegio ser profesor en nuestra Facultad de Derecho. Lamentablemente eso concluyó con el paquetazo de Fujimori y la bancarización de los pagos.

Como egresados de la que es, sin duda, la mejor Escuela de Derecho del Perú, desde hace varios años hasta la actualidad, hemos podido constatar la profunda veracidad de lo que un día dijera nuestro insigne historiador Jorge Basadre, en Los Fundamentos de la Historia del Derecho Peruano:

“En países de mentalidad sísmica, es fácil hallar poetas, políticos, oradores. La aparición de juristas es un fenómeno de sedimentación ulterior. El Perú, país contradictorio, los ha tenido, a pesar de todo. Riqueza de subsuelo, sin el abono de calores multitudinarios ni belleza ornamental…”

Somos lo que somos por nuestras vivencias y circunstancias. Para cada uno estas vivencias e impronta son singulares, irremplazables e irrepetibles. Parafraseando a Ortega y Gasset, podríamos decir que somos nosotros y  nuestras vivencias familiares y circunstancias de vida. Dentro de estas, sin duda, está nuestra vida universitaria y nuestra formación profesional.

En el azar de la vida ninguno de nosotros seríamos lo que somos sin las vivencias compartidas entre nosotros, y con nuestros profesores. Hemos interactuado de tal manera que nos hemos ido forjando juntos, nos hemos moldeado juntos. Nuestras vidas se cruzaron en el destino que nos tocó afrontar, y ello sin duda ha contribuido grandemente a lograr lo que hemos logrado. Nos debemos a nosotros, entre nosotros y con nuestros profesores. Por eso nuestra experiencia es única e irrepetible. Y por eso nuestra gratitud a nuestros profesores y a nuestra Alma Mater debe ser perenne.

Lamentablemente en los tiempos actuales, ese reconocimiento y gratitud,  ya no son moneda corriente.

Nos tocó vivir una época singular en la historia reciente de nuestro país. La mayoría ingresamos a EEGGLL en enero de 1975, en los estertores del Gobierno Militar de la Primera Fase. En el segundo semestre de Letras se dio inicio al Gobierno Militar de la Segunda Fase que procuró desmontar los afanes extremos de la Primera Fase y dar apertura al regreso a la democracia plena.

Toda nuestra estancia en Derecho fue, justamente, compartido con ese fascinante proceso político, social y constitucional. En 1978, en nuestro segundo año de Derecho, votamos por primera vez para la Asamblea Constituyente. Adquirimos por ley abruptamente la mayoría de edad -ya que se rebajó de 21 a 18 años-. A la mayoría el cambio nos cogió a los 20 años.

Vivimos todo el fascinante proceso constituyente en 1979 y vimos alumbrar una nueva Constitución, muy diferente de la de 1933 que fue con la que empezamos a estudiar en 1977. Chanamé dice que abandonamos la Constitución oligárquica del Siglo XIX por una Constitución social demócrata del Siglo XXI con una nueva realidad social en el país. Y, en 1980, cuando estábamos en último año, vivimos las nuevas elecciones presidenciales, votamos con entusiasmo y vimos alumbrar un nuevo gobierno democrático con la puesta en vigencia de la nueva Constitución.

Ya en nuestro joven ejercicio profesional vivimos la gran decepción del segundo gobierno del presidente Belaunde, que tanta esperanza nos había alentado, el desastre económico con el primer gobierno de Alan García y la aparición de la violencia más ruin y vesánica del terrorismo que nos azotó por 12 años de la manera cruel y rencorosa, aunado al gran crecimiento de la pobreza y un franco decrecimiento económico. Fue la época de muertes diarias, los coches bomba, los atentados, el miedo, los apagones y la nicovita. Tocamos fondo.

Muchos nos vimos forzados a emigrar. Algunos regresamos, otros ya no. Muchos tuvimos que echar mano a una enorme resiliencia para sacar adelante nuestra carrera, nuestros trabajos, nuestra profesión, nuestra docencia, nuestras incipientes familias y nuestros más caros sueños. Hasta que la madurez profesional y personal nos alcanzó con el regreso pleno a la democracia a finales del 2000, ad portas del Siglo XXI.

Tendría muchas anécdotas que contar de nuestros profesores, seguramente como todos Uds. En homenaje a la mesa, citaré solo dos que me marcaron mucho: en 1976, en EEGGLL, nuestro Decano era Salomón Lerner, entonces joven y prometedor profesor de filosofía, quien también había transitado por el derecho. Mis padres vivían fuera de Lima y tenía que viajar por navidad. Pedí cita con él y le pedí con gran temor que me autorizara a adelantar mis exámenes para poder viajar cuando lo requería. Ciertamente lo autorizó. Me dijo, intrigado, que normalmente le pedían permiso para atrasar los exámenes, por muy variadas razones; pero que nunca le habían pedido autorización para adelantar un examen. Luego Salomón sería un excelente Rector de la PUCP, quizás el mejor que haya tenido la universidad y, desde allí, me ha prodigado su amistad y confianza hasta hoy.

La segunda toca con nuestro querido Lorenzo: en agosto de 1985 regresé del doctorado en España al que había ido becado del gobierno español. Lorenzo me había dado una de las cartas de recomendación cuando postulé a la beca en 1983. Había sido mi profesor en dos materias y me recordaba bien. A mi regreso en agosto de 1985 me presenté en su Despacho. Era el Jefe del Departamento Académico de Derecho, quien asignaba la carga lectiva a nuevos y antiguos profesores. Le mostré lo que había hecho, mis notas, mis aficiones y mi vocación por la docencia universitaria. Luego de conversar, y ponderar mi tesis de bachiller sobre el derecho procesal, me dijo que me daría una sección de procesal civil 3. Que fuera donde el Secretario Académico para que me asignara el horario. Y así empecé mi andadura en la docencia, gracias a Lorenzo. En unas semanas cumpliré imborrables 40 años como profesor universitario. Tampoco es casual que Lorenzo nos acompañe esta noche.

El resto está en la semblanza escrita y Uds. la podrán revisar con mayor tranquilidad más adelante.

No puedo dejar de mencionar nuestra desazón por la falta de auspicio en este 4to. libro por parte de nuestra Facultad de Derecho. Y hago mención de ello en apego a la verdad y en uso del derecho democrático a la libertad de opinión. Precisamente, de la impronta de nuestra PUCP aprendimos en las aulas universitarias a no ser -necesariamente- “políticamente correctos”. Justamente fue nuestra Facultad de Derecho la que nos enseñó la esencia de la democracia, la libertad de pensamiento y el derecho a la discrepancia. Vivimos tiempos marcadamente ideologizados en los que cunde, lamentablemente, la recusación personal y la escasez de la necesaria tolerancia.

Al final de cuentas, las instituciones son lo que son, al lado de su historia, y las mujeres y hombres que temporalmente las conducen son contingentes. Algunos dejan profunda huella, como Salomón en el Rectorado Emérito que con todo merecimiento ostenta, y como Lorenzo como Profesor Emérito y exdecano de Derecho. Otros pasarán sin trascendencia.  Si algo hemos aprendido en estas cuatro décadas pasadas desde nuestro egreso, es que, esa es la ley de la vida.

Deseo terminar reiterando el privilegio de ser parte de esta promoción 1980 de la Facultad de Derecho de la PUCP. Nuestro padrino fue un excelente profesor de derecho mercantil: Enrique Normand Sparks. Perdimos la votación en el padrinazgo de otro gran jurista, quizás injustamente incomprendido: Héctor Cornejo Chávez.

Y no es casualidad que, en diciembre de 1980, en la última asamblea que tuvimos como Promoción antes de egresar, antes de la ceremonia de graduación y antes de la fiesta de promoción, nos confirieran la palabra ante todos a Beatriz Ramacciotti y a mí. Cada uno desde su particular perspectiva, pero con el mismo cariño y compromiso con nuestra Facultad y con el derecho.

Es un privilegio de ser parte de nuestra Alma Mater.  Constituye una impronta que nadie y nada podrá cambiar, y que llevamos precisamente en nuestra alma. Tenemos el orgullo de haber tenido a nuestros compañeros de clase, algunos de los cuales, lamentablemente, han adelantado su partida terrenal. Pero todos, sin excepción nos han dejado vivencias y huellas imborrables, y han sido fieles a la amistad en 45 años. Muchos que han descollado grandemente en la carrera, la docencia, la investigación, la función pública, la jurisdiccional, la política, la empresa. Todos podemos dar testimonio de estos retadores, fascinantes y fructíferos 45 años de vida profesional y académica en el derecho, y en toda la dimensión en la que nos haya correspondido aportar.

Muchas gracias a todos por su presencia. No hay palabras suficientes para el agradecimiento más profundo y fraterno. A los compañeros de siempre, amigos leales y cercanos. A Pierre Foy por su indomable impulso, a Daniel Abusada por su cercanía fraterna, a Cecilia Tapia por la generosidad de su afecto, a Nena Palacios por su inquebrantable amistad, a Beatriz Ramacciotti por su siempre competitiva y aleccionadora amistad, a Miguel Mena por su entusiasmo a prueba de fuego, a José Chueca por la seriedad en su labor y bonhomía, al Chino Zolezzi por su fraternidad y alegría, y a Lucho Ubillas por su amistad y respeto. Y, en nombre de ellos, a todos Uds. sin excepción. Pido disculpas por cualquier inevitable omisión.

Y, ciertamente, en la hora de la retrospectiva de vida, en este recodo en el camino que la vida nos permite hacer ya todos frisando las seis décadas, un reconocimiento especial a mi esposa, Cristina, quien esta noche nos acompaña, con quien caminamos juntos hace 21 años. Dentro de las muchas cosas comunes que en estos años descubrimos entre nosotros, está el que también ella es abogada graduada en nuestra Facultad de Derecho, compartimos el Alma Mater, hemos tenido profesores y afanes académicos comunes, ejerce la docencia universitaria con gran entusiasmo y éxito, y quizás, por ello mismo, comprende mejor que nadie el significado de esta celebración y el espíritu que alienta el ser graduado en la Facultad de Derecho de la PUCP. Y, en nombre de ella, a mis hijos: Sol María, hoy presente, Alonso, en otros lares, y los mellizos Aitana y Santiago, aún pequeños, que a esta hora ya están durmiendo para ir al colegio mañana. Para ellos todo mi amor sin reservas y les dedico todo lo que puedo haber logrado.

Muchas gracias a todos por su amable presencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *