Ya no hay héroes ni líderes de la ira ciudadana porque el peruano y peruana de a pie prefiere engullirse sus malestares antes que someterse a la manipulación
Resulta muy interesante el análisis formulado por Urpi Torrado, CEO de Datum Internacional, hace algunos días sobre un estudio de Worlds View Survey de la red WIN respecto a lo que enoja a los peruanos.
Basado en las conversaciones desarrolladas a través de las redes sociales (aplicando las técnicas de digital listening), dicho estudio arroja que 6 de cada 10 compatriotas se han sentido irritados el mes precedente al mismo por temas de connotación política como la percepción de impunidad en las altas autoridades gubernamentales, la inseguridad ciudadana, la minería ilegal, feminicidios y otros. Señala Torrado que en la región latinoamericana, solo Chile supera a nuestro país en ese indicador (“¿Qué irrita a los peruanos?”, El Comercio, 28/08).
El malestar es claro e irrefutable, pero vale decir que la naturaleza común de quienes habitamos estas tierras reposa en el fatalismo y la negatividad. Todo nos parece mal y la mayoría anda siempre con la chaveta en la mano para criticar (“rajar”, como reza el gracioso limeñismo) haciendo patética esa frase tan nuestra: “¿de qué se trata para oponerme?”.
La pregunta que deberíamos añadir tras confirmar el malhumor colectivo es: ¿y qué rebela a los peruanos? Porque si están dadas las condiciones para explotar contra lo que la mayoría considera sinvergüencería, ineficacia o corrupción, sería bueno más bien hurgar en las razones por las cuales no se materializa tal detonación.
Esas razones son abundantes y su descripción excede las líneas de esta columna. Mencionemos una de las principales que atribuye a los capitalinos atontarse (“acojudarse” según la severa expresión del alcalde de Lima 1901-1908 Federico Helguera) por su clima andrógino y en virtud a la cual Ricardo Palma trajo a colación esa famosa cuarteta de los días revolucionarios a comienzos de la República: “Arequipa dijo sí / la cholita (Cusco) seguirá / la vieja zamba (Lima), ¿qué hará / moler con los codos ají”.
Sin embargo, sería injusto generalizar la pasividad limeña cuando en varias ocasiones y aún en el último cuarto de siglo vimos y vivimos movilizaciones determinantes para el cambio del rumbo político: la marcha de los 4 suyos, la protesta con la llamada “ley Pulpín” y la que impidió a Manuel Merino ejercer la sucesión constitucional luego de la vacancia de Martin Vizcarra. Pero pasa que los héroes y promotores de tales manifestaciones (empezando por el doblemente condenado ex presidente Alejandro Toledo) desnudaron de a pocos sus oscuras ambiciones, corruptelas y ejercicios truchos copando el sistema de justicia y otras instituciones claves del aparato público.
Hicieron visible el hedor de sus compromisos pecuniarios y la urgencia de actuar en collera (aspecto resaltable en el libro “Caviar” de Eduardo Dargent) para sobrevivir.
Ya no hay héroes ni líderes de la ira ciudadana porque el peruano y peruana de a pie prefiere engullirse sus malestares antes que someterse a la manipulación. Sin duda, Dina Boluarte tres por ciento se aprovecha de ello y se inventa una paz que, en esencia, sigue habitando los cementerios.