El desafío para el próximo gobierno, en 2026, será reconciliar la fortaleza económica con una política capaz de inspirar confianza y futuro
El Perú es, sin duda, uno de los países con mayor protagonismo en la región desde distintas perspectivas. Su posición estratégica en América del Sur y su economía abierta al mundo lo mantienen atractivo para el capital extranjero. A ello se suma su generosa dotación de recursos naturales y otros factores que convierten a este país andino en un caso singular; incluso algunos especialistas lo consideran un auténtico fenómeno.
Ahora bien, ¿a qué se debe esta estabilidad económica? La respuesta radica en una serie de buenas prácticas sostenidas en el tiempo. Según el Reporte de Inflación – junio de 2024 del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), la inflación se mantuvo por debajo del 2 %, mientras que una disciplina fiscal constante ha permitido acumular altas reservas internacionales y consolidar un sistema financiero sólido.
A ello se suma el blindaje constitucional de los contratos, factores que en conjunto mantienen al país entre las economías más estables de la región. La moneda peruana, además, es una de las más firmes de América Latina, con una de las menores depreciaciones frente al dólar en lo que va del siglo XXI, un desempeño que, para diversos analistas, representa un caso singular.
Sin embargo, surge una paradoja: ¿cómo es posible que un país que durante más de una década enfrenta constantes crisis políticas y una institucionalidad frágil continúe siendo un referente económico en Sudamérica?
Una de las explicaciones posibles es la capacidad de la población para sostener la actividad productiva al margen de la inestabilidad política. En muchas ocasiones, lo que ocurre en el escenario político no tiene un impacto directo en la vida cotidiana. Persiste, por tanto, una desconexión entre la ciudadanía y los ámbitos del poder, lo que explica en parte que la política no figure entre las prioridades de gran parte de los peruanos.
A este fenómeno se suma el crecimiento regional, muchas veces desvinculado del poder central y enfocado en el desarrollo local. Estas dinámicas han contribuido a sostener la solidez de la macroeconomía nacional.
Los datos respaldan esta lectura. El Global Wealth Report 2025, publicado por Allianz Global Investors en septiembre de 2025, ubica al Perú como el cuarto país de Sudamérica en riqueza financiera per cápita, por encima de Argentina y solo detrás de Brasil. Asimismo, el sol peruano se mantiene como la divisa más estable de América Latina, reflejo de los fundamentos macroeconómicos y del manejo prudente de la política monetaria por parte del BCRP.
En la misma línea, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) indica en su Boletín de Estadísticas de las Finanzas Públicas 2024 que la deuda pública peruana se mantiene históricamente entre las más bajas de la región, con un nivel cercano al 28 % del PBI.
Estos indicadores refuerzan la idea de que la estabilidad económica del Perú se sostiene, en buena medida, al margen de sus turbulencias políticas.
No obstante, los desafíos son evidentes. Uno de los más urgentes es mejorar la eficiencia del Estado y fortalecer la institucionalidad. Según el IMD World Competitiveness Ranking 2024, elaborado por el IMD World Competitiveness Center (Suiza), la percepción internacional sobre el país se ve afectada por la corrupción persistente y la falta de predictibilidad política, factores que debilitan el clima de negocios.
Otro reto crucial es la reducción de la pobreza. De acuerdo con el Informe Técnico: Evolución de la Pobreza Monetaria 2024 del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la tasa de pobreza se mantiene por encima del nivel previo a la pandemia, lo que demuestra que los beneficios del crecimiento no alcanzan a todos los sectores. Paralelamente, el Perú ha descendido en los indicadores de innovación y desarrollo empresarial, lo que subraya la urgencia de crear un entorno más favorable para la inversión y la productividad.
En síntesis, aunque la estabilidad económica peruana es tangible, empieza a verse condicionada por factores estructurales que la sociedad y la comunidad internacional observan con atención. El desafío para el próximo gobierno, en 2026, será reconciliar la fortaleza económica con una política capaz de inspirar confianza y futuro, a fin de que el Perú consolide el papel protagónico que su potencial le asigna en la región.