Solo con una ciudadanía comprometida y un liderazgo dispuesto al diálogo podremos construir un Estado moderno y confiable.
El Perú atraviesa una crisis política prolongada que ha erosionado la confianza en las instituciones y debilitado la capacidad del Estado para responder a las demandas ciudadanas. Estamos cansados de más de lo mismo. La sucesión de seis presidentes en pocos años, los conflictos entre poderes y la sensación de que la política se ha convertido en un campo de confrontación y no de servicio público, han generado una profunda frustración social. Ante este escenario, la gobernanza se presenta no solo como una alternativa técnica, sino como una necesidad moral y política para reconstruir los vínculos entre el Estado y la sociedad.
La gobernanza supone un cambio profundo en la manera de ejercer el poder. Ya no se trata de un gobierno que impone desde arriba, sino de una gestión compartida, donde las decisiones se construyen colectivamente con la participación de la ciudadanía, el sector privado, la academia, las organizaciones sociales y los gobiernos locales. Este modelo reconoce que los problemas del país —pobreza, corrupción, desigualdad, inseguridad— son demasiado complejos para ser resueltos por una sola institución o nivel de gobierno.
Para avanzar en esta dirección, el Perú debe revitalizar los espacios de participación ciudadana existentes, hoy muchas veces formales o ineficaces. Los presupuestos participativos, los consejos de coordinación regional y las mesas de concertación deben transformarse en verdaderas instancias de decisión, donde la voz ciudadana tenga un peso real en la planificación y ejecución de políticas públicas. Ello exige autoridades dispuestas a compartir información, rendir cuentas y asumir compromisos verificables.
La transparencia, acompañada del acceso oportuno a la información, constituye un pilar de la gobernanza. Plataformas digitales abiertas, claras y actualizadas permitirían a los ciudadanos conocer cómo se invierten los recursos públicos, en qué se priorizan los proyectos y cuáles son los resultados obtenidos. La tecnología, bien utilizada, puede convertirse en un puente entre el Estado y la sociedad, fortaleciendo la fiscalización y la confianza pública.
Otro desafío clave es la articulación entre los distintos niveles de gobierno. La descentralización peruana ha permitido cierta autonomía regional y municipal, pero en la práctica estos espacios operan muchas veces sin coordinación, duplicando esfuerzos y desperdiciando recursos. La gobernanza requiere un trabajo conjunto y planificado, donde el gobierno central, los gobiernos regionales y los locales actúen como socios y no como rivales. Las políticas públicas en salud, educación, infraestructura o medio ambiente deben adaptarse a las particularidades de cada territorio y construirse de manera colaborativa.
La formación de cuadros políticos y técnicos en gobernanza es una inversión urgente. Las universidades, centros de investigación y organismos públicos deben impulsar programas que fortalezcan habilidades de liderazgo ético, gestión participativa, diálogo y mediación. El país necesita reemplazar la improvisación por competencia profesional y reemplazar el clientelismo por meritocracia.
Sin embargo, el mayor desafío no es institucional, sino cultural. La gobernanza exige un cambio de mentalidad tanto en los gobernantes como en los ciudadanos. Los primeros deben entender que gobernar no significa imponer, sino facilitar acuerdos; y los segundos, que la democracia no se limita a votar o protestar, sino a participar activamente, proponer y vigilar. Solo con una ciudadanía comprometida y un liderazgo dispuesto al diálogo podremos construir un Estado moderno y confiable.
La gobernanza no es una panacea, pero ofrece un camino concreto para salir de la crisis política que carcome al país. Supone voluntad, convicción y coherencia. Es, en el fondo, una apuesta por recuperar la esencia del servicio público y demostrar que el Perú puede gobernarse no desde la imposición ni desde el caos, sino desde la cooperación y la responsabilidad compartida.