me hacen recordar un proverbio español que me enseñó don Juan Mejía Baca: “La basura que se barre / siempre será basura / y aunque por los aires suba / basura será en el aire”.
El operativo que sorprendió al fiscal adjunto Henry Amenábar (exmiembro del equipo Lava Jato, donde fue brazo derecho de José Domingo Pérez) recibiendo una coima de tres mil dólares a cambio de archivar una denuncia por estafa, ha puesto en rigor mortis al consorcio político-judicial-mediático germinado en el gobierno de transición de Valentín Paniagua, desplegado en el de Alejandro Toledo, agazapado pero activo durante la segunda administración de Alan García y consolidado en las sucesivas gestiones de Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Francisco Sagasti.
El de Pedro Castillo, subordinado al horizonte político de un comunista confeso y claro como Vladimir Cerrón —enemigo de dicho consorcio por sus vínculos monetarios con las fuentes de cooperación de los Estados Unidos—, les fue cerrando las puertas del aparato público y ese interregno permitió el paulatino debilitamiento de su influencia en sectores claves del mismo.
Su agenda de odio y de destrucción de los adversarios, principalmente Alan García y Keiko Fujimori, engordó notablemente a la par que las planillas de diversas ONG y los periodistas-activistas autoproclamados reserva moral del país. Algunos y algunas de esta especie se las arreglaron para mantener la armonía del consorcio. Desayunaban con la alcaldesa de Lima, Susana Villarán; almorzaban con la primera dama, Nadine Heredia; y cenaban con Morgana Vargas Llosa, por entonces quien tenía el mayor ascendiente político sobre su padre, Mario, recién investido con el premio Nobel de Literatura. En 2021, recuperando sensatez y su prédica liberal, don Mario respaldó la candidatura presidencial de Keiko en la segunda vuelta junto a su otro hijo, Álvaro.
Les quedó como último bastión el Ministerio Público y, particularmente, sus protegidos del equipo especial Lava Jato. Pero los desajustes y juegos de poder internos abrieron brechas insalvables, donde ya no se sabía quién era quién o a quiénes servían. Un extraño operador, Jaime Villanueva —ligado al consorcio, pero luego de manera individual a la fiscal suprema Patricia Benavides— exhibió trapos sucios de todas partes, demostrando que, en general, la institución llamada a promover la acción judicial en defensa de la legalidad, investigar delitos, velar por la independencia judicial y representar a la sociedad, hacía agua y requería una reforma a gritos.
En este escenario cae Amenábar como un vulgar coimero. El audaz y atrevido fiscal que cercó al expresidente García por encargo de Pérez, quien propició su dramático suicidio; el desalmado que pidió pollos a la brasa en el mismo escenario de esa muerte; el que quizás deseó hacer un brindis por dicho acontecimiento, como lo hizo su protector Gustavo Gorriti (Jaime Villanueva dixit). Y lo simbólico es que lo atraparon coimeando en el baño de un centro comercial, entre el papel higiénico y la caca.
Amenábar y sus protectores, quienes ahora distraen a la ciudadanía con la inhabilitación de la exfiscal Delia Espinoza (la cual quebró al consorcio llamando “pusilánimes” a sus pares Pablo Sánchez y Zoraida Ávalos), me hacen recordar un proverbio español que me enseñó don Juan Mejía Baca: “La basura que se barre / siempre será basura / y aunque por los aires suba / basura será en el aire”.