He citado muchas veces aquella conferencia magistral con la que el escritor mexicano Carlos Monsivais clausuró un seminario para periodistas de esta parte del hemisferio sobre la transición democrática en Centroamérica, realizado en Managua, Nicaragua, setiembre de 1994. Su tema fue “Cómo será el periodismo del siglo XXI”.
Exhibiendo un ojo previsor de kilates y deplorando el arraigado sentido de la inmediatez que ya caracterizaba a una númerosa legión de colegas al finalizar la centuria pasada – particularmente en lo referido a los temas de corrupción estatal – Monsivais sentenció: “ser condenado (por corrupto) resultó, en la privacía, otro signo de vitalidad. El espectáculo hizo sucumbir a la moral pública. Mejor dicho, la moral pública se convirtió estrictamente en espectáculo”.
Eso es precisamente lo que hoy agobia a nuestro país, digitalizado al milímetro por una alianza política-judicial-mediática experta en cumplir los principios de la propaganda nazi diseñados por el siniestro Joseph Goebbels. Y esto es lo que ha llevado al veloz y sorpresivo allanamiento de los inmuebles de la presidente Dina Boluarte, a fin de encontrar los famosos relojes Rolex y otros bienes cuyo costo excede la capacidad económica de la mandataria para adquirirlos.
Nadie en su sano juicio podrá negar el ingrediente de espectáculo que ha tenido esta disposición del fiscal de Nación Juan Carlos Villena, sobre todo en cuanto al apremio de ejecutar tal diligencia cuando hace tan solo una semana mirábamos el patético show fiscal de allanar las propiedades del ex presidente Martín Vizcarra y las de su presunto cómplice, el ex ministro Edmer Trujillo, luego de tres años y medio de las serias acusaciones contra estos posibles integrantes de una banda criminal organizada quienes, por supuesto, ya habrán puesto a buen recaudo las pistas físicas de sus fechorías.
Apremio que, además, se muestra en el contexto de la apertura de una investigación preliminar dispuesta por el fiscal supremo Alcides Chinchay a sus colegas Rafael Vela y José Pérez, así como al periodista Gustavo Gorriti y otros, señalados por el aspirante a colaborador eficaz Jaime Villanueva de jugar en pared con armas ilegales al abordar los casos de sus odiados Alan García y Keiko Fujimori.
Ambos actos tienen un cordón umbilical: Villena se ha espantado que otro fiscal supremo ensaye la audacia de tocar a sus soportes Gorriti-Vela-Pérez (de ahí la emisión posterior de un comunicado atípico y huachafo de su despacho para explicar esta medida) y requería una gran puesta en escena de impacto mundial para desviar el foco de atención. Boluarte, quien ciertamente y por enésima vez despierta dudas sobre su conducta (demasiadas oscuridades y vacilaciones) que la hacen objeto de investigaciones serias, rápidas y concretas, ahora sin embargo es la perfecta cortina de humo para los intereses de los secuestradores de las principales áreas de la justicia nacional.
Quien quiera engañarse con otro argumento, que pague luego en la historia el precio de su hipocresía.