Dicen en Canal N que Jaime Chincha se dedicará al canto. Le deseo el mayor de los éxitos, quizá así deje de ejercer el periodismo. Sinceramente, ojalá.
Un prototipo
Chincha se siente sesudo, inquisitivo y brillante. Al menos eso expresa su gestualidad excesiva y ajena. Excesiva porque le queda muy grande a su contenido. Ajena porque es una combinación insensata -e inviable- de Bayly, Hildebrandt y Marco Aurelio Denegri. Sería aconsejable que su lenguaje corporal extra large se ajuste a la talla small de su raciocinio. También lo sería que su expresión y tono tuvieran alguna originalidad.
Sin embargo, no vamos aquí a hablar de formas sino de un tipo de periodismo, que parece dominar la escena nacional hace tiempo.
Jaime Chincha es seguramente el más claro prototipo de ese tipo de periodismo político. Aquél que ha decidido prescindir de dos derechos fundamentales (inocencia presunta y debido proceso) en nombre del escándalo con potencial remunerativo. Y que también ha decidido prescindir de la imparcialidad, de la objetividad y del equilibrio.
Quien esto escribe no pretende ser más que un ciudadano que hace uso de su derecho a la libre expresión. Por tanto cuando hablo de Chincha en realidad estoy hablando de quienes, como él, han optado por el “amarillismo”. No importa si quien lo practica es de izquierda, centro o derecha.
Tomar y publicar conclusiones apresuradas a partir de información parcial, insuficiente o sesgada (bajo la excusa de primicia) es quizá su principal característica. Pero no es la peor: la peor es inducir al consumidor de noticias a creer en esas conclusiones raudas y equivocadas; a afirmar y no a dudar; a sentenciar a priori y a convocar al linchamiento.
Una tercera es la autoconvicción de que esas prácticas son buenas y la alucinación de sentirse líderes morales de la sociedad. Imitador de Savonarola o de Torquemada, no se percata el arquetipo de que el estilo tiene siglos de existencia.
Y si el paquete viene acompañado de treinta monedas, mejor para él (o ella o lo que fuera).
Brazo mediático
Ver como se cae el Caso Cocteles, contemplar como Odebrecht (Novonor) nunca se reformó, atisbar el rabo de paja de quienes tenían el objetivo real de hacerse con el poder en el Sistema de Justicia y algunos sectores clave del Ejecutivo, debería ser suficiente para volver a la legítima duda, para deshacernos de los flautistas que nos conducen al río caudaloso sin el mínimo recaudo.
Una alianza de unos pocos fiscales inescrupulosos con una corporación corrupta y sus agentes operativos, no habría alcanzado para adocenar a la opinión pública. Sin la participación activa de periodistas y medios tal resultado hubiera sido imposible.
Quede claro que si, en una próxima vez, volvemos a olfatear una coalición similar, sepamos que la suspicacia es nuestra obligación y que la credulidad es inaceptable.
El canto (de sirenas) quizá se lleve a Jaime Chincha pero recordemos que los prototipos cambian y se actualizan. Probablemente los modelos nuevos vuelvan a la carga y es posible que sea más difícil reconocerlos. Pero, al menos, estaremos advertidos.