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MARIO, EMPLEADO FANTASMA

Por: César Campos R.

La reciente celebración del Día del Periodista (1 de octubre) trajo para quien esto escribe otra oportunidad de disertar sobre el más noble o vil de los oficios (Luis Miró Quesada de la Guerra dixit), esta vez desde la perspectiva de la vida y obra de nuestro insigne historiador Raúl Porras Barrenechea (1897-1960) quien, al margen de ejercerlo brevemente en su adolescencia, lo hizo objeto de sus investigaciones en el periodo que abarca el virreinato y las dos primeras décadas del siglo XX. El resultado de las mismas, se publicaron en la revista Mundial conmemorativa del primer centenario de la proclamación de la independencia, 28 de julio de 1921.

Invitado por el instituto que lleva su nombre, dirigido por el embajador Luis Mendivil, compartí mesa con Raúl Chanamé Orbe y Fernando Obregón Rossi, dos estudiosos de la obra de Porras. Me cupo tratar sobre esa breve experiencia que tuvo en el periodismo lo cual me llevó -a través de diversas indagaciones – a un magnífico trabajo del historiador y docente universitario Gabriel García Higueras para optar el grado de doctor en la Universidad de Huelva, el año 2019. Dicho trabajo se titula “El joven Raúl Porras Barrenechea: periodismo, historia y literatura 1915-1930”. Se le encuentra en internet.

Llamó mi atención la dedicatoria de esta ponencia: “A la memoria de Carlos Araníbar (1928-2016), maestro de la historia, modelo de sabiduría y probidad”.

En efecto, Araníbar, discípulo directo de Porras y catedrático durante muchos años en la Universidad de San Marcos, fue tan riguroso en las tareas de investigación histórica como su maestro y es uno de esos personajes académicos que merece relieve. Su nombre me era muy familiar pues recibe varias citas de Mario Vargas Llosa en su libro autobiográfico “El pez en el agua” (2005).

Vargas Llosa, como se sabe, fue otro de los discípulos predilectos de Porras y, según cuenta, recibió de éste la oferta de trabajar una compilación de la historia del Perú (periodo virreinato y emancipación) encargada a su profesor por el editor-librero Juan Mejía Baca. La tarea la compartió con Araníbar y era remunerada. Ellos ocurrió en 1954.

Añade nuestro Nobel de Literatura que, cuando Porras fue elegido senador en 1956 y pasó a ocupar la 1ra vice presidencia de la Cámara Alta, Araníbar y él fueron contratados por la misma como sus asistentes. “El cargo era teórico porque, como ayudantes de Porras, seguíamos trabajando con él en su casa, en la investigación histórica, y solo pasábamos por el Congreso los fines de mes a cobrar el modesto salario”.

A los 6 meses sus puestos fueron suprimidos. “Ese medio año fue mi primera y última experiencia de funcionario público”, concluye Vargas Llosa (“El pez en el agua”, página 427).

La divertida anécdota me hizo pensar cómo hubieran sido tratados hoy por la prensa nativa los ilustres Porras, Vargas Llosa y Araníbar. El historiador estaría en una demoledora mediática sin contemplaciones por “aprovechamiento indebido del cargo”, mientras que don Mario y don Carlos serían tratados como “empleados fantasmas”. Y por supuesto, la fiscalía de los José Domingo Pérez y Marita Barreto ya hubiera acusado a Porras Barrenechea de ser jefe de una organización criminal.

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