hay que recordarles a la izquierda, caviares y progres sus miserias, canalladas y abusos de poder.
Se cumplen cuatro años de esa funesta semana de noviembre de 2020, cuando el Congreso de aquel entonces se puso los pantalones largos y tuvo el coraje y valentía de vacar al sinvergüenza de Martín Vizcarra. El exmandatario, quien hoy enfrenta un juicio oral por diversos y probados actos de corrupción, fue correctamente defenestrado del cargo que ostentaba luego de acudir la mañana del lunes 9 de noviembre al pleno del Parlamento, donde, muy orondo y desafiante, enfrentó a los congresistas.
Ese mismo día, al caer la noche, 105 parlamentarios aprobaron la correspondiente moción de vacancia por incapacidad moral; horas después, un compungido Vizcarra aceptaba a regañadientes esta soberana decisión. Lo que vino después fue una de las mayores demostraciones de manipulación mediática que se recuerde.
Toda la aceitada maquinaria de la prensa –salvo honrosas excepciones– con la complicidad de muchos operadores y activistas de la argolla roja/progre/caviar le hicieron una guerra sin cuartel al presidente del Congreso, el acciopopulista Manuel Merino de Lama, a quien constitucionalmente le correspondía asumir la presidencia de la república por expreso mandato de la Carta Magna.
Hasta inventaron la “generación del bicentenario”, una suerte de desorientados e ilusos jóvenes manipulados que salieron a las calles azuzados por la izquierda con la infame consigna de: “Merino no me representa”, creando una muy oportuna situación de caos y anarquía.
Tiempos en los que varios medios televisivos pasaban 24/7 todos los pormenores de cualquier manifestación popular, incluidos los escraches a las casas del mismo Merino, el recién nombrado primer ministro Flórez-Aráoz y el periodista Beto Ortiz. Sin el menor reparo, periodistas-activistas entusiastamente apoyaron y aplaudieron semejantes actos de prepotencia y cobardía. El corolario de todo ello fue una muy violenta y vandálica protesta que terminó con la muerte de dos jóvenes la noche del sábado 14 de noviembre, a quienes los medios y azuzadores de las protestas inmediatamente elevaron a la categoría de “héroes”.
Coincidente y muy convenientemente, las cámaras de la Municipalidad de Lima no “pudieron” registrar esas muertes, achacadas –cómo no podía ser de otra manera– a Merino, su primer ministro y el ministro del Interior sin prueba alguna.
Mientras todo ello pasaba en las calles, en el Congreso los lenguajes estuvieron a la orden del día. Los mismos congresistas que vacaron a Vizcarra, cobardemente se tiraron para atrás y le quitaron todo apoyo a Merino; este, forzado por la coyuntura, renunció el domingo 15 de noviembre y, en una vergonzosa repartija, ungieron dos días después a un oportunista Francisco Sagasti, de un minoritario e insignificante partido progre, como presidente encargado de la república… el resto es historia.
Así como el obsesivo antifujimorismo –ese cáncer que corroe la política nacional hace décadas– nos recuerda siempre los errores y tropelías del fujimorismo, hay que recordarles a la izquierda, caviares y progres sus miserias, canalladas y abusos de poder.