deberíamos ya empezar a vislumbrar alternativas viables para ocuparse de un poder del Estado fundamental para la correcta marcha democrática del país.
Muchos nos preguntamos qué pasará en las elecciones presidenciales del 2026… si es que llegamos a esa fecha. Pasa incuestionablemente por saber si el muy frágil gobierno de Dina Boluarte se sostiene hasta acabar su período (2021-2026), y eso solo lo saben nuestros bienaventurados congresistas, quienes hoy —incuestionablemente— soportan a un Ejecutivo muy endeble. Por ello, es menester interesarnos también en las próximas elecciones parlamentarias.
Recordemos que nuestro sistema electoral nos ha llevado a tener situaciones complicadas y hasta desconcertantes, con tensas relaciones entre estos poderes del Estado. La elección parlamentaria de 2016 fue un ejemplo de la distorsión que primó aquella vez (Fuerza Popular, con tan solo 36.3 % de votos populares, obtuvo 56.2 % de mayoría parlamentaria), y ya sabemos cómo acabó aquella historia y sus consecuencias.
En todo caso, hoy, por el contrario, tenemos un parlamento muy fraccionado y demasiado complaciente con el gobierno de turno, ambos con muy poca popularidad. En este escenario, debemos estar atentos a quién elegimos en el parlamento en una elección vital para el futuro de nuestro país, sobre todo luego de un período de diez años (2014-2024), donde hemos sufrido uno de los peores episodios de inestabilidad política que se recuerde, con nada menos que ¡siete presidentes! Humala, Kuczynski, Vizcarra, Merino, Sagasti, Castillo y Boluarte, y ¡cuatro parlamentos! 2011-2016, 2016-2019, 2020-2021 y 2021-202? Cada uno peor que el otro.
Con este panorama hórrido, no es extraño observar al ciudadano promedio —y aun al más informado e interesado en cuestiones políticas— preocupado por el futuro del país y, al mismo tiempo, en la más absoluta desorientación por la excesiva oferta electoral, unida a una orfandad real sobre posibles candidaturas interesantes y relevantes, algo que a estas alturas en otros tiempos ya teníamos más claro.
Hoy, no hay nadie —en ningún espacio del espectro político— que emerja como una alternativa atractiva en ninguna de las posiciones político-ideológicas. Todos los líderes de los partidos u organizaciones políticas grandes guardan cautelosos silencios, escondiéndose de la exposición mediática y el escrutinio ciudadano. Si nos atenemos a la clásica división político-ideológica (a veces un tanto caprichosa y poco rigurosa) de centro, derecha e izquierda, veremos que no hay un partido o un líder capaz de congregar alrededor de él o su agrupación algún tipo de expectativa o alternativa que nos ofrezca una salida a la crisis permanente en la que vivimos.
Más allá de las opciones presidenciales, muy lejanas aún, tampoco tenemos claro el panorama de la elección parlamentaria (esta vez con el regreso al bicameralismo). Habida cuenta de que no han funcionado ni las mayorías parlamentarias absolutas ni tampoco los Congresos ultra fraccionados —como el actual—, deberíamos ya empezar a vislumbrar alternativas viables para ocuparse de un poder del Estado fundamental para la correcta marcha democrática del país. Tenemos un régimen semipresidencialista con un Parlamento clave y determinante para la gobernabilidad.