Digámoslo de manera rotunda: La farsa es la gangrena de la democracia. Los farsantes son los peores enemigos de la democracia.
Para que exista democracia no basta la libertad, es imprescindible la igualdad ante la ley. Parece que liberales y libertarios lo hubiesen olvidado. La igualdad ante la ley implica varias cosas fundamentales. Comencemos por tres. Igualdad para elegir y ser elegidos. Igualdad para que se reconozcan todas las capacidades reales de las personas. Igualdad para no ser objeto de discriminación de ninguna clase.
Igualdad para representar
En democracia cada persona es un voto en los procesos electorales. Esto obliga a respetar a cada uno de los demás y al esfuerzo persuasivo para obtener ese voto individual hasta sumar los suficientes que permitan acceder a la representación pública.
Afrentar cualquier voto discrepante es profundamente antidemocrático. Considerar que el voto de cualquier segmento social, o incluso de la mayoría, es inferior a otro, por cualquier motivo, es el origen de la disolución de la nación, porque la divide de antemano.
Expresiones como, por ejemplo, “electarado”, lo que hacen es consumar una grave brecha social entre los que presuntamente saben votar y aquellos que no. ¿Cómo puede construirse así un mínimo de conciencia colectiva común?
Y en términos de ejercicio de la representación hacer lo mismo es como afirmar que sólo algunos de los miembros de la sociedad tienen la capacidad de ejercer dicha representación y que los demás están en una posición de minusvalía al respecto.
En democracia está claro que las organizaciones políticas deben cumplir ese rol educativo que les permita entroncarse con la mayoría de la sociedad al mismo tiempo que registran la demanda social desatendida y la convierten en leit motiv de su propuesta hacia la nación.
Igualdad para proponer
“Ser autodidacta es, estoy convencido, el único tipo de educación que existe”, decía Isaac Asímov. No quiero usar esta frase para desmerecer la educación escolástica (si alguien dice que el término es medieval, tiene razón, así lo estoy usando) en ninguno de sus niveles o formas. La quiero usar con el único propósito de acreditar que la educación formal no es la única fuente para el desarrollo de competencias. Podríamos poner múltiples ejemplos al respecto, pero ahora lo importante es que los saberes diferentes proceden de distintos tipos de experiencias educativas, algunas obviamente no formales.
Sin embargo, en los últimos cincuenta años se ha acelerado el desconocimiento de estas otras fuentes de adquisición de competencias.
Todo el tema ambiental, tan importante ahora, era sin embargo un conocimiento atávico para los pueblos originales. Para ellos lo extraño siempre fue la destrucción del habitat natural. Hubo mucha gente simplemente ingeniosa que entendió de máquinas y artilugios antes que otros y que aportaron con descubrimientos e inventos trascendentes, fuera de escuelas, institutos y universidades.
Hoy personas de ese tipo tienen bloqueada la ruta en la gestión pública y en la actividad privada. La pregunta a responder es ¿cuánto estamos despreciando el capital humano del que disponemos por esta suerte de discriminación académica, tan de moda?
Quizá podamos hacer una lista de oportunidades perdidas debido a ese desprecio, pero ahora lo esencial es tener claro que la igualdad como columna de la democracia incluye la capacidad de proponer alternativas en condiciones de equidad y todo indica que los canales están bloqueados salvo para los que reúnan ciertos requisitos.
Igualdad para convivir
Nadie debe ser discriminado por ninguna razón. Eso es democracia. Ni por razones étnicas ni por razones económicas, ni por razones físicas ni por razones de opción sexual, ni por razones académicas ni por razones religiosas, ni por ninguna otra. En democracia no se puede permitir tampoco que una determinada discriminación se individualice al punto de convertirse en más importante que otras porque eso es profundamente discriminatorio, además de fraudulento.
No siempre los discriminados son minorías. Lo más grave es que, muchas veces, las más de las veces, los discriminados son mayorías. Sólo pensemos en el apartheid en Sudáfrica.
La no discriminación es el respeto al otro. Es no considerar inferior al que no es como uno. Una democracia sólida se caracteriza por ser mínimamente discriminatoria. Y hay que tomar debida nota de quienes son grandes discriminadores enarbolando la bandera de la lucha contra la discriminación. A cuidarse de los moralizadores que se consideran mejores que los demás.
Lo que nos iguala es que cada uno es un voto. Eso podría mejorar, sin duda. El voto podría ser informado en libertad y no traducido por “intérpretes” remunerados. Un voto informado en libertad es, sin duda, el mejor voto.
Sería bueno que todos seamos beneficiarios de la libertad y de la igualdad, para ello necesitamos hacer nuestro propio aporte: poner los cinco sentidos para saber cuando nos están engañando.
Digámoslo de manera rotunda: La farsa es la gangrena de la democracia. Los farsantes son los peores enemigos de la democracia. Y cuanto mejor remunerados, más enemigos aún.