Londres (CNN) – ¿Es el preludio de un ataque más amplio o la totalidad del mensaje a Hezbollah? Esta es la pregunta clave para las próximas 48 horas en el Medio Oriente, mientras el grupo extremista libanés asimila la disrupción y violación masiva de sus comunicaciones más sagradas.
El horror de cientos de explosiones aparentemente simultáneas, diminutas pero íntimas, lo sentirán los libaneses de a pie, un recordatorio del daño infligido en todo el país por la guerra de 2006 con su vecino del sur
La oleada de explosiones del martes en el Líbano marcará probablemente al Partido, como se les conoce a menudo, que se enorgullece del secretismo y de la omertá tecnológica a la que se adhieren sus miembros. Sin embargo, es su propio empeño en mantener sus secretos, utilizando buscapersonas de tecnología poco sofisticada y teléfonos inteligentes no más rastreables, lo que parece haber derivado en varias muertes y miles de heridos.
Habrá causado una conmoción sísmica que los miembros de Hezbollah se pregunten ahora no sólo si es seguro contactar con sus colegas, sino si esos colegas están ilesos.
Israel, como es característico, no se ha adjudicado la responsabilidad, pero de estar detrás del ataque, como afirman el Líbano y Hezbollah, la cuestión es si este asalto vasto y sin precedentes pretende presagiar una lucha más amplia.
Tendría sentido estratégico dispensar un momento de intenso caos como éste justo antes de una embestida militar mayor contra el grupo.
La violencia volvió a traer a discusión un abismo tecnológico entre Israel y sus oponentes.
El momento es revelador. Precisamente el lunes, el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, dijo durante una reunión con el enviado estadounidense Amos Hochstein que el tiempo de la diplomacia con Hezbollah había pasado y que el poderío militar podía tomar protagonismo.
Literalmente horas después, toda la infraestructura de comunicaciones de su enemigo fue alcanzada con un ataque que, según una fuente de seguridad libanesa, utilizó buscapersonas adquiridos por Hezbollah en los “últimos meses”,lo que hizo necesario un largo plazo en la planificación de la operación.
La violencia volvió a traer a discusión un abismo tecnológico entre Israel y sus oponentes. Hemos visto esto repetidamente en asesinatos de alto perfil en Teherán en los últimos años: la precisión de un aparente ataque del Mossad contra un líder de al-Qaeda en 2020.
La magia detrás del asesinato del científico nuclear, Mohsen Fakhrizadeh, que al parecer hizo uso del reconocimiento facial para disparar una ametralladora. Y el reciente asesinato del líder de Hamas, Ismail Haniyeh, en el que al parecer se utilizó una bomba teledirigida escondida en un dormitorio de invitados.
Médicos recogen donaciones de sangre en Beirut el 17 de septiembre de 2024.
La misma inteligencia y capacidad superiores se pusieron de manifiesto en el Líbano, donde parece que los civiles se vieron atrapados en explosiones generalizadas que no fueron lo suficientemente precisas.
El horror de cientos de explosiones aparentemente simultáneas, diminutas pero íntimas, lo sentirán los libaneses de a pie, un recordatorio del daño infligido en todo el país por la guerra de 2006 con su vecino del sur. El riesgo de una guerra generalizada de nuevo con Israel se ha convertido en una realidad acuciante desde los atentados del 7 de octubre.
Sin embargo, sitúa a Hezbollah en otro momento de fragilidad poco envidiable: sumido en el caos, con una gran presión sobre ellos para que vuelvan a proyectar fuerza. El mismo dilema se les planteó tras el asesinato del alto comandante Fu’ad Shukr en agosto.
Hezbollah se sintió obligado a contraatacar y a mantener una sensación de disuasión. Sin embargo, poco a poco quedó claro que carecían de entusiasmo para un conflicto mayor. El líder Hassan Nasrallah retrasó su respuesta a un momento de su elección y permitió que el apagado intercambio de disparos de cohetes y ataques aéreos que siguió el 25 de agosto no se les fuera de las manos.
Una larga guerra terrestre entre ambos vería a las fuerzas israelíes, sobrecargadas y agotadas por una brutal campaña de un año en Gaza
Al mismo tiempo, la creencia generalizada de que Israel tampoco quiere una guerra se está erosionando. Los ataques aéreos israelíes alcanzan objetivos a su norte casi a diario, con una creciente ausencia de preocupación por la respuesta de Hezbollah.
El amplio ataque del martes contra el Líbano hará necesario que Hezbollah encuentre algún medio de proyectar su fuerza mediante represalias, pero de nuevo habla de la brecha existente entre sus capacidades y las de su vecino del sur.
Una larga guerra terrestre entre ambos vería a las fuerzas israelíes, sobrecargadas y agotadas por una brutal campaña de un año en Gaza, enfrentarse en su norte a un enemigo más fresco y mejor entrenado que Hamas. Hezbollah aún podrá infligir daños significativos a Israel si estalla una batalla a gran escala. Pero puede que Israel haya decidido con excesiva certeza que Hezbollah busca evitar la guerra y que, por tanto, se le puede provocar repetidamente.
Puede ser precisamente el tipo de error de cálculo que conduzca a una ampliación del conflicto; el momento en que Hezbollah determine que Israel los ha desestimado como amenaza persistente será el momento en que se sientan obligados a actuar con mayor violencia.
Las explosiones de buscapersonas podrían hablar de una guerra en la que uno de los bandos confía en su enorme ventaja tecnológica, pero también está dispuesto a absorber los riesgos que conlleva infligir una amplia vergüenza a su enemigo. En los próximos días sabremos si los cálculos detrás del ataque evitaron la escalada o la fomentaron.