DESTACADASOPINIÓN

OPINIÓN/ Carbón de Itaya: el comercio que devora la Amazonía

Escribe: Piero Vargas G

Mientras no existan alternativas económicas reales ni educación ambiental, la deforestación seguirá avanzando.

En la cuenca del río Itaya, las torres de madera apilada se levantan como esculturas efímeras. Son estructuras que, tras días de combustión lenta, se transforman en carbón vegetal. Este producto, vital para la subsistencia de cientos de familias, se ha convertido en una de las principales amenazas ambientales de la Amazonía peruana.

Desde los caseríos ribereños, toneladas de carbón son cargadas en embarcaciones que navegan hacia Iquitos. En el mercado de Belén, el comercio se realiza en condiciones informales, sin control ni trazabilidad. Los sacos, amarrados con cuerdas de colores, se venden junto a frutas, pescado y licor de caña, alimentando una economía marginal que sobrevive a costa del bosque.

Loreto concentra más del 40% de su población en situación de pobreza, según cifras oficiales. En este contexto, el carbón vegetal es sustento inmediato: permite comprar alimentos o medicinas. Sin embargo, la falta de educación ambiental impide que los moradores comprendan el impacto de esta práctica. Cada costal vendido representa un árbol menos y una selva más frágil.

La Amazonía peruana perdió más de 170,000 hectáreas de bosque en 2024, según el Ministerio del Ambiente. La producción de carbón vegetal contribuye a esta deforestación, liberando grandes cantidades de CO₂ y afectando el ciclo hídrico y la biodiversidad. Lo que parece un recurso local se convierte en un problema global: la degradación del “pulmón del mundo” acelera el cambio climático.

La carga de la selva

En las calles de Iquitos, hombres amazónicos cargan costales de carbón sobre sus espaldas. Su fuerza es símbolo de resistencia, pero también de un sistema que los obliga a sostener la economía con el peso de la selva. El comercio ilegal de carbón vegetal refleja la paradoja amazónica: riqueza natural inmensa, pero comunidades atrapadas en la precariedad.

El comercio ilegal de carbón vegetal en el Itaya no es solo un problema local: es el reflejo de cómo la Amazonía se consume a sí misma. Mientras no existan alternativas económicas reales ni educación ambiental, la deforestación seguirá avanzando.

Ya no se trata de una chispa que se enciende: es un incendio silencioso que arrasa hectáreas enteras, extingue especies y compromete el futuro climático del planeta. La selva no grita, pero su silencio es devastador. Cada costal de carbón que llega a Belén es una señal de que estamos perdiendo el pulmón del mundo, y con él, la posibilidad de sobrevivir como humanidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *