EDUCACION PARA LA DEMOCRACIA
Por Francisco Diez-Canseco Távara (*)
Más allá de las lamentables circunstancias que han conducido a la crisis por la cual atraviesa nuestra Patria, es necesario hurgar en sus orígenes estructurales que ciertamente están vinculados a las tremendas deficiencias y distorsiones de la educación, particularmente estatal, en una nación como la nuestra heterogénea en etnias, lenguas y culturas.
Luego de dividir apropiadamente la educación en intelectual y moral, sostiene Aristóteles que “la educación dura tanto como dura la vida de una persona”. Vale decir, la educación es infinita, no tiene límite en el tiempo ni evidentemente se circunscribe al ámbito esencial de la familia y al desarrollo que se pueda obtener en la escuela y eventualmente a través de una carrera técnica o, de manera totalmente minoritaria, en la universidad.
En todos los casos, además de las marcadas distancias existentes entre la educación estatal y la privada en el Perú -registradas en todos los índices- está muy claro que la educación moral a la que se refiere Aristóteles se encuentra en una gravísima crisis que se evidencia en todos los ámbitos de nuestra sociedad, en la que la función pública es tomada por buena parte de sus actores como un botín predominando.
La tesis de Pepe el Vivo -no importa en que forma ganes plata o seas exitoso- mientras que para otros, en el ámbito político, rige la tesis marxista según la cual la violencia es la partera de la historia, además de la ausencia de escrúpulos.
El nuestro es un país en el que impera la desinformación para no usar un término más severo. Hay un 13 por ciento de la población que no accede ni a la televisión ni a las redes ni a la radio en un escenario en el que la narrativa distorsionada y tendenciosa puede conducir, en la tesis de Pepe el Vivo, a la elección para puestos públicos de los filósofos de “plata como cancha” y en la opción del extremismo marxista a la violencia como un medio político válido en el que, siguiendo los consejos goebbelianos ”miente, miente que algo queda”.
Si a ello le sumamos las diferencias de lenguaje -por ejemplo, aimara vs español vs maguiguenga- y las distintas visiones de la realidad frente al común denominador de una corrupción sistémica que crece dentro de una impunidad también sistémica, es fácil engañar a un grueso sector de la población con falsas promesas que al final no conducen a nada o llevan a más de lo mismo y generar una creciente desilusión con el sistema democrático retroalimentada por el propio comportamiento de quienes lo conducen.
Tenemos que trabajar en el largo plazo para cambiar esta situación pero hacerlo desde ahora.
(*) Presidente de Perú Nación
Presidente del Consejo por la Paz