(El Montonero).- Uno de los diez mandamientos de la tradición judeocristiana ordena “no dar falsos testimonios ni mentir”. Sin embargo, luego de analizar el reciente pronunciamiento del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Peruana (CEP) sobre la Ley N° 32017, ley que delimita los alcances del delito de lesa humanidad, cualquier peruano de buena voluntad podría concluir que estamos ante una mentira. El pronunciamiento encabezado por Miguel Cabrejos, presidente de la CEP califica –al igual que lo hacen todas las corrientes comunistas y progresistas– a la mencionada ley como “Ley de la Impunidad”.
Sector de obispos se pronuncia contra ley que precisa delitos de lesa humanidad
El punto de vista de la Comisión Permanente de la CEP antes que responder a los mandamientos de los evangelios parecen provenir de la guerra ideológica desatada por el progresismo globalizado y las corrientes comunistas en contra de reformas en el sistema de justicia que restablecen el Estado de derecho en el Perú.
La Ley N° 32017 no establece ningún régimen de impunidad. Lo único que hace es restablecer el principio de legalidad, uno de los derechos humanos básicos para cualquier ciudadano de una sociedad democrática. Es decir, el principio de legalidad que señala que nadie puede ser imputado, ni menos sentenciado, si es que el tipo penal y los detalles del delito no están previamente descritos en la ley. En el Perú, militares hoy convertidos en ancianos –muchos de ellos han muerto o agonizan con enfermedades terminales– han sido perseguidos judicialmente durante tres décadas por una interpretación libérrima del delito de lesa humanidad.
En este contexto, llama poderosamente la atención que un sector de obispos abandone el camino de los evangelios y opte por la opción ideológica propia. Basta señalar que en los evangelios, el perdón por parte de los cristianos no es una opción: forma parte de la naturaleza intrínseca de quienes apuestan por la Gracia. Finalmente, es una orden de la divinidad. De allí que en el Evangelio de San Mateo, Jesús nos enseña a orar: “Perdona nuestras ofensas así como también nosotros hemos perdonado a quienes nos ofenden”.
Traducciones más, traducciones menos, no hay cristiandad sin el perdón. ¿Cómo así entonces un grupo de obispos parece respaldar el clásico lema comunista acerca de “ni olvido ni perdón” para los militares que combatieron el terrorismo colectivista? Es lo que de alguna manera parece respaldar el comunicado del presidente de la CEP.
El principio de legalidad es lo que distingue al derecho penal en las sociedades democráticas del sistema penal de las dictaduras o de los totalitarismos. En los regímenes despóticos el poder de turno puede procesar y sentenciar a los opositores y disidentes sin necesidad de que los tipos penales estén descritos en la ley, tal como hoy sucede en Venezuela o en el siglo pasado acaeció durante el estalinismo y el nazismo.
En ese sentido, lo único que hace la Ley 32017 es señalar que el tipo de lesa humanidad fue incorporado a nuestra legislación cuando el Perú suscribió el Tratado de Roma en julio del 2002. Antes de esa fecha regía el código penal nacional para afrontar los hechos suscitados durante la guerra contrasubversiva. Por esa razón la mayoría de los delitos antes del Tratado de Roma han prescrito.
¿Es tan difícil que algunos obispos entiendan este derecho humano de ancianos militares? ¿Qué está sucediendo? Si ellos han abandonado los evangelios y priorizan sus vocaciones ideológicas profanas, entonces deberían abandonar el sacerdocio y optar por el camino de Marco Arana, quien tuvo la honestidad de apartarse de la Iglesia para abrazar el proyecto comunista y colectivista.
Es incuestionable que el pronunciamiento de este sector de la iglesia revela el triunfo cultural de las corrientes marxistas, neomarxistas y progresistas que en el siglo pasado se propusieron desarrollar una batalla cultural, deconstruir las principales instituciones de Occidente y apoderarse de los sentidos comunes de la sociedad. Uno de esos triunfos se expresa en la manera cómo estos sectores han penetrado ideológicamente a la Iglesia Católica, uno de los pilares de lo que conocemos como sociedad occidental.