El despertar espiritual nos invita a reevaluar el quinto elemento, la parte etérea del ser y conjugarlo abiertamente con el sexto sentido, el de la intuición, el motor de la inteligencia espiritual; lo que nos permitirá pasar a un estado de evolución mucho más avanzado; el estado de la no mente y el equilibrio de las emociones
La manera como percibimos la realidad es a través de los sentidos básicos como la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto que nos permiten una experiencia sensorial con la que procesamos y asimilamos el entorno inmediato, el espacio y tiempo del lugar donde vivimos, que en nuestro caso es el planeta tierra.
La tierra a su vez, comparte con el universo una serie de elementos comunes como el hidrógeno, helio, litio, oxígeno, nitrógeno, azufre, níquel, calcio, aluminio, entre otros provenientes del mundo exterior que de por sí; por su sola presencia común, establece una relación innegable que nos permite concluir que somos parte de un todo mayor, esa totalidad misteriosa aun enteramente incomprensible llena de coincidencias, proporciones y simetrías tan sorprendentes como congruentes; por ejemplo, la tierra está cubierta en un 70 por ciento de agua al igual que el cuerpo humano es aproximadamente 70 por ciento líquido; el cosmos está compuesto por miles de millones de galaxias, planetas y estrellas que se equiparan en abundancia con los miles de millones de átomos, neuronas y células que tiene el ser humano.
La naturaleza por su parte está compuesta por 4 elementos básicos agua (líquido), tierra (sólido), fuego (plasma) y aire (gas) a estos se le suele agregar el quinto elemento que sería el éter; el componente místico e invisible con el que se puede representar la porción inmaterial del ser humano; vale decir, el espíritu y el alma. Ese quinto elemento es esencialmente energía invisible, es presencia y al igual que el ser en un sentido místico y profundo simplemente es, e innegablemente esta.
Dentro de la posición racionalista pura que respalda la ciencia tradicional de manera objetiva, el ser humano es solo cuerpo, mente y si acaso emociones; soslayando toda posición que incluya la parte etérea por considerarla subjetiva, y no sujeta a comprobación o reproducción en un ensayo de laboratorio; sin embargo, la física moderna que explora el mundo cuántico y subatómico ya admite elementos aleatorios invisibles que afectan la realidad y la materia, lo que demostraría que el componente espiritual es mucho más real de lo que se estima, solo que escapa al radar de nuestros sentidos básicos y requiere predisposición y preparación para poder ser percibido.
El quinto elemento es la puerta de entrada para abrir la mente, desprendernos del conocimiento estructurado, generalmente rígido para dar paso a un proceso flexible y creativo donde aceptamos que somos más que únicamente materia física, somos energía ondulante organizada y sincronizada con la frecuencia y vibración de todo el universo.
El quinto elemento es el núcleo del desarrollo espiritual porque trasciende nuestros sentidos primarios y nos conecta con la totalidad, va un paso adelante sobre la razón que prefiere limitar la inteligencia del ser humano a la mente, de ahí la aseveración de que “todo es mental” utilizada para subrayar el poder de la razón, el conocimiento y el potencial creativo del ser humano, constituye una media verdad.
Aun así, el cerebro como órgano emblemático de la razón, incluye la mente consciente como el mecanismo de aprendizaje y adaptación activa que posee el ser humano; sin embargo, existe también una mente subconsciente e inconsciente con información y códigos de programación ancestrales y atávicos que determinan y condicionan la existencia, aunque operen de manera pasiva y subyacente, nos muestran la complejidad de nuestra humanidad.
La mente es poderosa y en ella se tejen los principales procesos de aprendizaje consciente; es esencial cuidar nuestros pensamientos porque en la práctica actuaremos y responderemos en la vida diaria en función de nuestras creencias y experiencias. Las emociones también desempeñan un papel fundamental dentro de nuestros niveles de consciencia; la inteligencia emocional es una demostración tangible de la importancia de cómo nos comunicamos, integramos y adaptamos con los demás, destaca la importancia de ser asertivos, empáticos, tolerantes, resilientes y flexibles cuando interactuamos y nos relacionamos con los demás.
Hasta aquí podríamos concluir que para el ser humano, todo es mental y todo es emocional, en su proceso de evolución y adaptación dentro de un mundo complejo y cambiante donde no solo es importante considerar el yo sino aceptar la existencia del otro.
En general es el ego el que comanda todo nuestro comportamiento social y nos condiciona a actuar bajo las estructuras dominantes establecidas, pero en toda esta descripción típica donde el ser nace, crece se reproduce y muere, pasando por cada estructura social establecida como la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo, el estado, los medios de comunicación, las organizaciones diversas, muchas veces sentimos el vacío y el sinsentido cuando al margen de la capacidad mental y emocional desplegada carecemos de paz, equilibrio y bienestar; es aquí donde tenemos que dar cabida al quinto elemento, nuestra reserva espiritual única e integradora, la que todo lo procesa, lo armoniza y lo conecta con la frecuencia y vibración prudente y eterna del universo; es ahí donde iniciamos nuestra auto trascendencia; el proceso de reconexión o reencuentro, el momento donde comprendemos cuál es el sentido de la vida y cuál es nuestro propósito.
El despertar espiritual nos invita a reevaluar el quinto elemento, la parte etérea del ser y conjugarlo abiertamente con el sexto sentido, el de la intuición, el motor de la inteligencia espiritual; lo que nos permitirá pasar a un estado de evolución mucho más avanzado; el estado de la no mente y el equilibrio de las emociones, donde expandimos nuestro nivel de consciencia para vivir con plenitud, ser y trascender, porque lo percibamos o no; finalmente, todo es espiritual.