(El Montonero).- En algunos periodos de su historia el Perú fue uno de los centros de las Américas; sobre todo, favorecido por su ubicación geográfica y sus recursos naturales. Durante el Virreinato fue uno de los polos del mundo y Lima solía competir en infraestructuras, universidades, hospitales y cultura con cualquier ciudad de Europa. Sin lugar a duda, se trató de una verdadera edad de oro. Durante la época del guano, igualmente, se podría decir que el país gozó de otra edad de oro. Sin embargo, esos momentos excepcionales del país no perduraron.
No perdamos la oportunidad histórica de ser un importante actor planetario
Hoy, luego de conocerse los avances y proyectos alrededor del puerto Chancay, comienza a quedar en evidencia que el país puede ingresar a una nueva edad de oro. Por su ubicación geográfica y la morfología de sus costas, el Perú está llamado a ser uno de los ejes en la conexión del Pacífico y del Atlántico. Asimismo, se han conocido las potencialidades de otros puertos, como Corío en Arequipa y Bayóvar en Piura. Igualmente, la ubicación del país cerca de la línea ecuatorial del planeta le otorga una posición privilegiada para la construcción de un puerto espacial, tal como lo plantean entidades de los Estados Unidos.
Si a estas potencialidades que vienen de la geografía nacional le sumamos las posibilidades en minería –que convierten al Perú en una potencia mundial en la producción de minerales, tales como el cobre, el oro, el litio, la plata, entre otros– la posible grandeza del país es real. Asimismo, si le agregamos la potencialidad agroexportadora que deviene de la estrategia de represar los ríos de la sierra para irrigar los desiertos de la costa, entonces, las posibilidades del Perú son gigantescas. Y si le sumamos nuestras posibilidades en turismo, gastronomía y cultura, el país está llamado a ser una potencia mundial.
Sin embargo, es hora de poner los puntos sobre las íes sobre una de las condiciones ineludibles para avanzar a convertirnos en una potencia planetaria. La historia del desarrollo del mundo en los dos últimos siglos y medio nos demuestra que ni la posición geográfica de un país ni sus recursos naturales son suficientes para alcanzar el desarrollo y construir un sistema republicano de largo plazo. El propio ejemplo del atraso y las postergaciones del Perú es la confirmación de que no basta con la geografía ni los recursos naturales. De lo contrario, el país sería uno desarrollado.
El Perú ha sido bendecido por todos los factores necesarios para abreviar el camino al desarrollo. Sin embargo, le ha faltado la condición sin la cual no hay crecimiento sostenido, reducción de pobreza, prosperidad y construcción de sistemas institucionales: el Estado de derecho.
Occidente en dos siglos y Corea del sur y otros países asiáticos en cuatro décadas avanzaron al desarrollo porque construyeron estados de derecho, al margen de las ventajas geográficas y la provisión de recursos naturales. En ese sentido, el Estado de derecho se podría definir como el gobierno de las instituciones para controlar el poder bajo el imperio de la Constitución y la ley. Y la consecuencia natural de ese Estado de derecho es el respeto irrestricto a los derechos de propiedad y de los contratos.
La izquierda en el Perú y en América Latina, sobre todo luego de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, se ha dedicado a construir todos los relatos y narrativas para evitar la organización de los estados de derecho en la región. Desde el momento en que se cuestionan los derechos de propiedad y se fomentan las expropiaciones y nacionalizaciones, el Estado de derecho se convierte en una imposibilidad.
Por todas estas consideraciones, si en el Perú nos proponemos aprovechar esta enorme posibilidad que se avizora para el país la única condición para no generar una nueva frustración es afirmar y construir el Estado de derecho. En el corto plazo este objetivo pasa por mantener la institucionalidad y los cronogramas constitucionales hacia el 2026.