Tanto el duque como la ahora Jackie O. llevaron una vida vacía pero llena de oropeles. Caricaturas de lo que fueron en su momento, sus verdaderas vidas terminaron muy jóvenes, con las tragedias que los marcaron.
Esta semana se han cumplido 60 años del asesinato del presidente John F. Kennedy en Dallas, Texas, un 22 de noviembre de 1963. El hecho es icónico en virtud del film Zapruder, de apenas 26 segundos de duración. Por primera vez en la historia ha quedado registrado para la posteridad el magnicidio del entonces hombre más poderoso del mundo, mientras su esposa, la primera dama, gateaba por la maletera de la limosina presidencial para recoger sus sesos. La escena de Jackie Kennedy, testigo del juramento del sucesor de su esposo, Lindon B. Johnson, con su vestido Chanel rosa manchado de sangre muestra la devastación de la tragedia personal y mundial del hecho. Se puede marcar un antes y un después en la vida de Jackie Kennedy cuyo peso antes de la tragedia de Dallas era el de un simbolismo político innegable.
El 10 de diciembre de 1936 sucedió otro hecho traumático para millones de personas. El rey del Reino Unido, Irlanda del Norte y los dominios británicos de ultramar y emperador de la India abdicaba al trono por el capricho de casarse con una divorciada arribista americana, tirando su deber por la borda. Eduardo había sido primero príncipe de Gales y representó a su país en una plétora de viajes por el mundo. Incluso estuvo en el Perú mientras gobernaba Sánchez Cerro. Su abdicación fue traumática para el pueblo británico que lo tomó como una defunción y a partir de allí el recién investido duque de Windsor tuvo un giro radical en su vida.
Al principio Jackie Kennedy se dedicó a guardar luto por su marido y a criar a sus hijos huérfanos de padre con el apoyo incondicional del tío Bobby y de toda la familia Kennedy. Se mudó de Washington a Nueva York para huir de la presión mediática como lo hizo John Lennon con Yoko Ono en los 70 del siglo XX. Pero más temprano que tarde Jackie empezó a vivir una vida mundana cuyo climax se produjo cuando asesinaron en el hotel Ambassador a su cuñado Robert Kennedy en 1968. Entonces corrió a los brazos del magnate naviero Aristóteles Onassis, un viejo feo y enano, en busca de seguridad y riqueza. Onassis se quejaba de que gastaba mucho y se dedicaba a la vida loca entre Nueva York, París y la isla privada de Scorpios.
El duque de Windsor vivió un luto diferente, el de la Segunda Guerra Mundial, relegado a gobernador de la Bahamas, unas isluchas paradisíacas al costado de Estados Unidos. Un oscuro destino luego de haber sido rey emperador de una de las naciones más poderosas del mundo. Terminada la guerra nunca más tuvo cargo oficial alguno y fue exiliado a Francia, donde con su esposa establecieron su cuartel general en un petit palais del Bois de Boulogne. Desde allí se volvió a convertir en rey, pero de la moda rodeado de una corte de parásitos. Tanto el duque como la ahora Jackie O. llevaron una vida vacía pero llena de oropeles. Caricaturas de lo que fueron en su momento, sus verdaderas vidas terminaron muy jóvenes, con las tragedias que los marcaron. Jackie le disputaba el trono del estilo a Babe Paley y a Wallis Simpson, duquesa de Windsor. El duque a Cary Grant y a otras luminarias de la farándula de Hollywood. En sus últimos años se apartaron del mundo. Jackie y el duque murieron de cáncer.