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Los “zampones”, el terror de las embajadas

Escribe: Ricardo Sánchez Serra

 

“Las sedes diplomáticas deben mejorar sus sistemas de seguridad, por prestigio y la propia protección y tranquilidad de los invitados”

 

Hay una estirpe de sujetos insignificantes que se pirran por ingresar a toda fiesta diplomática sin invitación y que lo logran en un 90 % de los casos.

A estos elementos se los conoce como “zampones”, “colados”, “intrusos”, “paracaidistas” o “tragones”, quienes se desviven patológicamente por encontrarse libando, comiendo o interactuando con los verdaderos invitados.

Son muy ingeniosos para introducirse en las recepciones diplomáticas, que aprovechan cualquier descuido de la vigilancia e incluso sorprenden a los embajadores y sus funcionarios, presentándose aduciendo altos cargos inexistentes -con tarjeta incluida-, carnés falsos y algunos son convidados por cansancio. La gran mayoría de ellos son “don nadie” y unos pocos “fueron” y, a veces, logran ser invitados. Son conocidos.

Son expertos en burlar las medidas de seguridad. Se les ha visto en las recepciones, a pesar que las invitaciones tenían código QR o números invisibles. Vi que alguna Embajada incluso colocó al ingreso la foto de ellos en la mesa de recepción, pero igual a alguno se le vio adentro.

Prevenir incomodidades

Las sedes diplomáticas deben mejorar sus sistemas de seguridad, por prestigio y la propia protección y tranquilidad de los invitados, que son conocidos personajes de Estado, políticos o empresarios y evitar cualquier desencuentro, agresiones o pachotadas, tomando en cuenta que los “colados” son fulanos sin valores y sin escrúpulos, más aún que en algunos casos ha habido robos de carteras, celulares o cubiertos.

Por ello habría que darle importancia a la “lista negra”, que circula por las embajadas y que se actualice y verifique caso por caso, la identidad de esta plaga y la veracidad de las informaciones. Hace años eran treinta los “zampones”, hoy son la mitad. En dicha lista se incluía a gente sin valores, proxenetas, ebrios, personas que llevaban a otras sin invitación, suplantadores de identidad.

El colmo: un joven “zampón” se hacía pasar como el hijo del presidente para ingresar a las fiestas diplomáticas

 

En varias ocasiones el doble control al ingreso funciona. El guardia que pide la tarjeta en la cola y luego la asistente que verifica la lista de invitados. Hay misiones diplomáticas que extreman las medidas, pidiendo tarjeta e identificación personal, pero tendría que incluirse un personal de Protocolo que reconozca a embajadores y personajes. Hubo casos que tanta “seguridad” hizo que algunos invitados se retiraran.

En general, se encuentran en la cola de ingreso al acecho, conversan con personas conocidas y tratan de introducirse. Su mejor momento es cuando empieza la ceremonia, hay mucha gente y se relaja el control de ingreso. Otros gritan en la puerta y los hacen pasar para evitar el “escándalo”.

Como anécdota contaré que hace años, una señora se agarró del brazo del nuncio para introducirse, como si fuera su “esposa”. Otros van con sobres en blanco e ingresan velozmente. Hay alguno (a) que se hace invitar y cobra por hacer entrar a otro. Un amigo se presentó a una Embajada con su tarjeta de invitación y le dijeron “pero si usted ya ingresó…”

Increíble

Recuerdo que en una recepción diplomática un “zampón” se emborrachó, agarró una pierna de pavo, la puso dentro de un periódico y con la otra mano se llevó una botella de vino.

También observé qué, en varias embajadas, los agentes de seguridad sacaban en vilo a los colados, pero igual siguen al acecho. En otra sede, uno perdió el conocimiento, todo el mundo lo vio y se lo llevaron a la ambulancia y resultó que era un “zampón”. Después se le vio en otra fiesta diplomática como si nada.

Pero acabaré esta nota con algo sorprendente, el colmo del atrevimiento, hace tiempo también: un joven “zampón” se hizo pasar como el hijo de un presidente para ingresar a las fiestas diplomáticas. Llamaba a la sede diplomática un “edecán” (él mismo) avisando que el hijo del presidente acudiría a la fiesta nacional. El propio embajador acudía a la puerta a recibirlo y el muchacho era objeto de toda clase de atenciones y muchos querían relacionarse con él: el chico era muy bien informado. Al final, el chiquillo se sentía angustiado porque no llegaba su “chofer”, entonces el embajador le ofrecía su vehículo y lo llevaba a donde lo solicitara.

 

 

 

 

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