MAL CON ELLA, PEOR SIN ELLA
El literalmente soporífero, somnífero y digno de los efectos narcóticos de un floripondio mensaje de la nación de la presidenta Dina Boluarte en el Congreso de la República (CR), dado -por mandato de la Constitución- con ocasión de las Fiestas Patrias-, fue y ha sido una clara demostración de impericia política, de la carencia de una adecuada consejería política y -ciertamente- de un reto al país.
los celos políticos, la patria pequeña, la menuda política y la mezquindad primaron ante una presidente que no ve claro el panorama y que, si llega al 2026, no lo será por sus propios méritos, sino porque la institucionalidad democrática así lo exige.
En primer lugar, tener como invitado especial en las galerías del Congreso al Hermanísimo, a quien se le imputa tener una cuota del poder (que parece lucir con gran fruición), a pesar de no haber sido elegido por nadie, carecer de legitimidad constitucional y de autoridad jurídica, ya era de por sí, una afrenta al CR y al propio país.
¿Cómo, entonces, se puede escuchar un discurso en el que se hable de la lucha contra la corrupción, del apoyo de la justicia y el apoyo al Estado de Derecho, cuando el hermano que está siendo investigado y que ha sido objeto de una detención preliminar, termina siendo protagonista pasivo de este discurso? Sin duda alguna fue un invitado personalísimo de la Jefe de Estado a la vista y paciencia de todos en el país. Sobre todo de las máximas autoridades del sistema jurídico-judicial. “Ustedes lo pueden investigar, pero el sigue siendo mi hermanísimo”, parecería haber querido exhibir la presidente urbi et orbi.
Claramente ha mostrado el músculo y ha mostrado quién cogobierna el Ejecutivo, al lado de la presidenta y de los ministros de Estado -que más hacen de claque- y de adulones de primer orden, al lado de una muy magra -o ausente- consejería presidencial.
Cuando en el pasado se intentó por un grupo académico formar una comisión de expertos juristas que den ese soporte constitucional a la Presidencia de la República, a condición de que fuese ad-honórem, de inmediato el entonces primer ministro fue el primero que -celoso- se opuso a lo que creía era tener que ceder una cuota de su poder.
En segundo lugar, también hizo clara resistencia la canciller de entonces, que no daba pie con bola, y que no veía en absoluto cuál era el panorama completo de la política peruana (the big screen) y más se preocupaba por no perder cuotas de poder en la asesoría a la presidente de la República. También, ciertamente, los exembajadores, y embajadores en actividad, vieron con recelo esta suerte de apoyo a la presidenta y rápidamente anularon este apoyo, sin que la presidenta se percatara de lo que estaba perdiendo, a pesar de haber escuchado directamente la expresión de que los diplomáticos que la rodeaban eran como el “perro del hortelano”. No la ayudaban, ni dejaban que se la ayude.
Después de eso tuvo algunos nombramientos con aciertos, como el actual canciller, pero otros desbarros descomunales, como haber retirado a los pocos meses de ser nombrado a un brillante jurista que ejercía con gran holgura y profesionalismo la embajada del Perú ante las Naciones Unidas en Nueva York, como el Doctor Víctor García Toma, o como haber retirado del Consejo de Ministros a un técnico y eficiente, como el ex ministro Matheus. O el rochoso licenciamiento -no sin cierta estridencia- de su ahora ex amigo Walter Gutierrez de la Embajada en España, para pasarse ahora a la oposición.
Pero, claro, los celos políticos, la patria pequeña, la menuda política y la mezquindad primaron ante una presidente que no ve claro el panorama y que, si llega al 2026, no lo será por sus propios méritos, sino porque la institucionalidad democrática así lo exige.
Porque -si bien es cierto- no estamos bien con ella -para nada-, estaríamos mucho peor si se produjera su renuncia o si se adelantaran las elecciones, como algunos quisieran para lograr el aquelarre político y tener ganancia de pescadores, como aquel patético “exministro del amor”, quien permanentemente reclama en cuanto foro le escuche, la renuncia de la presidente o el adelanto de las elecciones, para ahora anunciar –urbi et orbi– su candidatura presidencial, como si tuviera algún mérito para hacerse de la primera magistratura del Perú, como si el haber sido como ministro de Estado un eficaz fan enamorado de una asesora de su ministerio -utilizando los resortes del poder para sus afanes amorosos- fuera un gran mérito político en su carrera como para tentar de esa base la presidencia de la República.