El gran sismo no es una pregunta de “si pasa”, sino de “cuándo pasa”. Y cuando llegue, no podemos decir que no lo sabíamos
Una vez más, un sismo sacudió Lima y, como siempre, todos alzaron la voz. Opinólogos en medios, autoridades dando declaraciones, ciudadanos asustados y demás personajes saltan a la palestra únicamente cuando el problema se presenta, y luego transcurridos los días el problema desaparece y estos personajes se diluyen, pero claro, ya habiendo cosechado algún rédito de su “opinión”. Pero esta historia ya la hemos vivido. ¿Cuántas veces los científicos y los organismos del Estado han advertido que el «gran sismo» está pendiente? ¿Cuántas veces se ha dicho que Lima es una ciudad altamente vulnerable? Y, sin embargo, ¿cuántas veces hemos actuado realmente?
Desde hace décadas, científicos peruanos e internacionales han advertido que el Perú está en una zona de altísima sismicidad por la convergencia de las placas de Nazca y Sudamericana. Lima, en particular, no ha experimentado un gran sismo desde el devastador terremoto de 1746, lo cual incrementa la posibilidad de que ocurra uno en cualquier momento.
Instituciones como el IGP (Instituto Geofísico del Perú), el CENEPRED y el INDECI han publicado múltiples informes y simulaciones de escenarios catastróficos que podrían afectar a millones. Sin embargo, esas advertencias han sido sistemáticamente subestimadas.
Aunque el Perú cuenta con un marco legal y técnico robusto (la Ley N.º 29664 que crea el SINAGERD), desde mi punto de vista existen varios problemas clave:
1. Fragmentación institucional: muchas entidades con competencias se superponen sin una adecuada articulación.
2. Baja inversión en prevención: más del 70% del presupuesto se va en respuesta y reconstrucción, no en prevención ni preparación.
3. Planificación urbana desordenada: proliferan las viviendas informales sin supervisión técnica, especialmente en laderas y suelos inestables.
4. Simulacros que no generan cultura de prevención real:son puntuales, mal difundidos y no interiorizados por la población.
Por otro lado, la sociedad peruana, en todos sus niveles, suele reaccionar solo cuando el desastre ya ha ocurrido; luego del sismo reciente en Lima surgieron preocupaciones, informes mediáticos, pronunciamientos políticos, etc, pero esa atención es fugaz.
Falta una conciencia de riesgo duradera, que se refleje en cambios en la construcción, en el comportamiento ciudadano, y en políticas públicas sostenidas. Esto se explica en parte por lo siguiente: desconfianza en las instituciones, falta de educación sobre riesgos desde la escuela, prioridad a problemas inmediatos (economía, seguridad, política), desplazando los riesgos “futuros”.
¿Qué se debe hacer?
Invertir más en prevención y reducción del riesgo, no solo en respuesta, reforzar la fiscalización urbana y las normas técnicas de construcción, desarrollar campañas de educación pública sostenidas (no solo por medios, sino en escuelas y universidades), evaluar y actualizar los planes de emergencia por distritos y regiones, despolitizar la gestión del riesgo, dándole autonomía técnica y continuidad.
Conclusiones
Somos un país que espera que pase lo peor para reaccionar. Desde hace décadas, el Instituto Geofísico del Perú (IGP), el CENEPRED y otros organismos han venido advirtiendo que un terremoto de gran magnitud es probable en la costa central. Lima no ha tenido uno realmente catastrófico desde 1746. Eso no es alivio: es una advertencia.
Y, sin embargo, ¿qué se ha hecho? Muy poco.
El problema no es falta de conocimiento, es falta de voluntad.Tenemos leyes, planes, estudios. El SINAGERD existe para prevenir y reducir riesgos. Pero seguimos invirtiendo más en la respuesta y reconstrucción que en la prevención. Se hacen simulacros que la gente no toma en serio, se construye sin supervisión en zonas vulnerables, y se permite que crezcan barrios enteros sin planificación ni ingeniería.
La informalidad en la vivienda no solo es un problema urbanístico, sino una amenaza directa a la vida en un país sísmico como el Perú. La solución exige un enfoque integral: prevención, educación, financiamiento accesible y fortalecimiento institucional. Solo así se podrá reducir la vulnerabilidad de millones de peruanos y garantizar ciudades más seguras frente a futuros sismos.
Nos falta una verdadera cultura de prevención. La mayoría solo se preocupa cuando la tierra tiembla. Después, todo vuelve a la «normalidad». Nos hemos acostumbrado a vivir en la incertidumbre, como si los desastres fueran parte del paisaje. Y eso es lo más peligroso: la normalización del riesgo.
Ya basta de dar la espalda a este grave problema simplemente porque es “futuro”, un verdadero y real político debe mirar con un horizonte de largo plazo, y es allí donde se encuentra la Gestión de Riesgos de Desastres, por ello se debe trabajar desde hoy en invertir más en reforzamiento de viviendas y planificación urbana segura, exigir a nuestras autoridades que trabajen en prevención, no solo en reconstrucción, educar a niños, jóvenes y adultos sobre qué hacer y cómo prepararse, y lo más importante: no olvidar el riesgo cuando pase el susto.
El gran sismo no es una pregunta de “si pasa”, sino de “cuándo pasa”. Y cuando llegue, no podemos decir que no lo sabíamos. Lo que no podemos permitirnos es seguir sin hacer nada. Que este último sismo no haya sido solo sacudida de la tierra sino también de conciencias.