Simplón, aunque se usa frecuentemente en sentido despectivo, no significa nada más que sencillo o ingenuo y, aplicado a la política, únicamente indica que los argumentos han dejado paso a las creencias. Cuando los hechos desmienten a las creencias, aparece la negación, la cancelación y el silencio y, por supuesto, desaparece la autocrítica.
En el siglo XXI el debate político ha desaparecido en la práctica y ha sido sustituido por un par de paquetes de convicciones a gusto del consumidor. Las convicciones resultantes son ahora dicotómicas y excluyentes, no hay espacio para otorgar algo de razón al adversario ni para establecer mínimos comunes con él.
Eso nos conduce al enfrentamiento y no al consenso y, por tanto, a la dispersión social. Ése es, seguramente, el verdadero objetivo de la nulificación del debate político, promovido con vocación suicida por el capital financiero transnacional y las grandes corporaciones desde los 80-90 del siglo pasado, y continuado por la burocracia de los organismos multilaterales. Todos ellos han financiado a las universidades y think tanks que se han erigido en pretensos líderes del pensamiento social contemporáneo.
Veamos algunos escenarios del debate simplón.
El fracaso de la izquierda
Hay quienes hoy reducen el debate político a si la izquierda es el origen de las calamidades de la humanidad. Entre ellos algunos presidentes y otras autoridades, soportados por un grupo creciente de “ideólogos” del YouTube y del Tik Tok. Eso es absurdamente primario.
¿Alguno de ustedes, estimados lectores, puede imaginar que existiría la jornada de 8 horas de trabajo o las vacaciones pagas sin la existencia de la izquierda? Las jornadas laborales normales del siglo XIX y parte del XX eran de 12 a 14 horas y llegó a haberlas de 16. Las vacaciones pagas son muchísimo más recientes y su duración varía de 15 días a un mes. A principios del siglo XX era un asunto fuera de cualquier agenda.
¿Alguno de ustedes, estimados lectores, podría imaginar los sistemas de seguridad social o de fondos pensionarios, sin la intervención de la izquierda? A principios del siglo XX ni se soñaba con ello y sólo se instaló, de modo general, luego de la Gran Depresión de 1929-1933, probablemente el mayor fracaso histórico del capitalismo.
¿Alguno de ustedes, estimados lectores, podría concebir el sufragio universal (que incluye a las mujeres) sin la participación política de la izquierda? El voto femenino recién se expandió a mediados del siglo XX y fue producto de una larga lucha social.
Podríamos agregar a esta lista la educación básica gratuita y obligatoria y algunas cosas más pero pienso que es suficiente con lo dicho.
Que la izquierda haya fracasado, incluso rotundamente, en diversas experiencias y que haya perdido la aureola de superioridad moral que pretendió exhibir en sus orígenes, no quiere decir que no tenga derecho a existir. Así como la derecha tambaleó en los 30, 40 o 50 o incluso en los 70, debido una secuencia de crisis del sistema y luego recobró largamente su protagonismo político, del mismo modo deberíamos reconocer el aporte, aunque fuera menor, de la izquierda y darle el espacio que merece en el escenario político.
Dejo constancia de que China existe y que su modelo funciona. En otro momento veremos este punto de modo explícito.
El debate político puede ser intenso y duro pero debe ser respetuoso. El maniqueísmo (la realidad se reduce a una confrontación entre el bien y el mal) está en la fuente de la negación del progreso.
Por otro lado, el debate debe ser técnico porque la política es gestión pública. Los partidos que no acrediten estar listos para gobernar al día siguiente de su elección deben quedar en evidencia ante la sociedad.
Lo que es indudable materia de proscripción es el uso de métodos violentos indiscriminados y lo es venga de diestra o venga de siniestra.
El llamado género
Durante tres décadas el llamado enfoque de género ha sido materia prioritaria de la discusión ideológica y política. Quizá debiera haberlo sido sólo del ámbito científico.
Durante los años de mi formación académica, el género era un tema estrictamente gramatical. El sexo era un asunto centralmente biológico.
De pronto, el género devino enfoque integral y comenzó con algo grotesco como la deformación del lenguaje.
Ya la RAE, por ejemplo, había reconocido a principios de los 80 el hecho de que las profesiones cuya denominación terminaba en “o”, cambiara por la “a”en caso de referir a mujeres. Este era un dato de la realidad, cada vez había más profesionales mujeres en todas las carreras.
Luego atacaron la “e” como terminal presuntamente masculino en algunos cargos y se sumaron a un uso, ya existente, de presidenta en vez de presidente o de gerenta en vez de gerente, olvidando que el sufijo “ente” no refiere al género sino al rol. Funcionó en algunos casos, a pesar de la violación del principio de economía verbal, y la RAE los aceptó.
Pero a nadie he escuchado decir agenta, pacienta o insurgenta porque es obviamente absurdo. Más absurdo aún cuando se pretendió que la terminación “e”era neutra. Si la terminación “e” es neutra porqué tenemos que decir presidenta o gerenta.
Si hasta aquí el asunto bordea lo necio, la cosa se puso peor cuando el tema de género se intersecó con la diversidad de conductas sexuales del ser humano y resulta que de ello apareció una nueva línea de estudio financiado (esto de financiado es clave para entender a los autodenominados “izquierdistas modernos”).
Bajo el argumento de defensa de las minorías sexuales, las diversas opciones/orientaciones sexuales fueron motivo de preocupación de los organismos multilaterales, principalmente de la ONU, que hoy enarbola el asunto como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para el efecto, las Naciones Unidas contrataron a un “experto” tailandés (en realidad, un abogado), Vitit Muntarbhorn, que determinó que había 112 géneros (hasta hoy reconocidos por la ONU). A mí, eso, me parece una gran estupidez. No sé qué les parezca a ustedes. Pero se volvió otra gran fuente de ingresos.
La cosa es sencilla: no debe discriminarse a nadie por ningún motivo. Otorgarle importancia fundamental a un asunto específico de discriminación es discriminar a las muchas otras discriminaciones, quizá alguna más grave y urgente.
El tema ambiental
Una cosa es constatar que el ser humano es una especie de gran depredador del medio ambiente, y lo es al menos desde que es homo ager, y otra muy distinta es formular un catecismo conductual sobre cómo conservarlo. El ser humano debería tener la humildad de, sabiéndose destructor, no hacer afirmaciones absolutas sino de ir mejorando consistentemente su relación con la naturaleza, intentando comprender su funcionamiento y actuando respetuosamente ante ella, asociando la tecnología a la conservación del entorno.
Hacer del tema ambiental un propósito liderado por el ser humano podría ser un auténtico despropósito.
Un ejemplo: desde fines del siglo pasado se nos viene advirtiendo del fin del mundo, vía calentamiento global. Se nos dijo que si la temperatura media de la Tierra llegaba a exceder 1.5° el valor de la era preindustrial no había marcha atrás.
No se difundió cuál era esa temperatura media del planeta por 1870 ni se nos dijo cómo se había medido ni si esa métrica era homologable con la actual. He encontrado, con mucho esfuerzo, datos al respecto que van de los 11 a los 13° y por supuesto me ha quedado claro que la línea de base es débil.
El calentamiento global es un hecho pero el aporte causal del uso de combustibles fósiles no es necesariamente la única explicación sobre el asunto. Lo que pasa es que los expertos de la ONU (otro rubro de alto financiamiento) no admiten debate alguno. Ya está y punto, los demás (algunos premios Nobel entre ellos) son negacionistas.
Bueno pues, resulta que han aparecido diversos reportes que señalan que en 2024, la temperatura media del planeta ya excedió el límite de incremento de los 1.5° respecto de la era pre industrial. ¿Tendremos que vestirnos de negro de una vez?
Como todo cartesiano, prefiero dudar y pensar antes que creer.
No me cabe duda de la importancia de enfrentar el calentamiento global, pero eso no me lleva a hacer fe en el IPCC (o sea, los expertos magníficamente remunerados de la ONU). El conocimiento se origina en el disenso y se construye en el consenso y, aún así, el ser humano es altamente falible.
Seguiré reflexionando sobre el “debate simplón”, en esta era en que muchos creen que el conocimiento es tomar partido. Básicamente lo haré con el propósito de invitar a hacer lo mismo a otras personas que así lo estimen conveniente, sin lanzar adjetivos y denuestos contra nadie. Y sin cancelar ninguna opinión que pueda ser fundamentada.