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OPINIÓN/ El renacer petrolero del Perú

Escribe: ⁠⁠Juan Carlos Eguren.

Somos un país bendecido por Dios y la naturaleza pero maldecido por malos gobernantes de izquierda, felizmente “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”

Hace 57 años, un acto que cambió la historia petrolera del Perú. El 9 de octubre de 1968, el gobierno del dictador de izquierda Juan Velasco Alvarado estatizó los yacimientos de La Brea y Pariñas en Talara, operados por la International Petroleum Company (IPC). Esta decisión marcó un punto de inflexión en la historia petrolera del país, generando un impacto duradero en la inversión extranjera y la producción de hidrocarburos.

Un legado de décadas: durante casi seis décadas, la estatización de los yacimientos petroleros ahuyentó a las empresas de talla mundial del sector, condenando al país a ser un neto importador de hidrocarburos a pesar de su potencial y riqueza petrolera. Sin embargo, este capítulo de la historia parece haber llegado a su fin.

Un nuevo comienzo: la llegada de gigantes petroleros como Chevron y Occidental Petroleum (OXY) a las costas de Lambayeque y La Libertad marca un hito histórico que transformara radicalmente la economía del país. Con su experiencia y capacidad, estas empresas están llamadas a explotar los riquísimos yacimientos petroleros del norte peruano, generando ingresos significativos para el país.

Un futuro prometedor: el potencial petrolero del Perú es enorme y con la entrada de estas empresas, se espera que la producción nacional de petróleo se triplique. Esto colocará al país en una posición destacada en la región y generará enormes beneficios económicos para la población. Después de décadas de espera, el Perú parece estar en el umbral de una nueva era de crecimiento y desarrollo económico.

Un cambio de rumbo: la historia del Perú está llena de oportunidades perdidas y decisiones que han afectado su desarrollo. Sin embargo, con la llegada de estas empresas petroleras, el país parece estar cambiando de rumbo. La explotación responsable de sus recursos naturales podría ser el motor que impulse el crecimiento económico y mejore la calidad de vida de sus habitantes.

Somos un país bendecido por Dios y la naturaleza pero maldecido por malos gobernantes de izquierda, felizmente “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” podemos seguir siendo optimistas, siempre y cuando aprendamos a votar y no elijamos más incapaces.

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