OPINIÓN/ El rostro de una crisis que no podemos ignorar
Escribe: Eco. José Soto Lazo

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Existe una tentación peligrosa de creer que la solución llegará únicamente de la Policía o del Poder Judicial
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Las cifras del INEI pintan un panorama que no podemos ignorar: la percepción de inseguridad pasó del 65% en 2022 al 76% en junio de 2025. En Lima Metropolitana, más del 90% de la población vive con el temor instalado en su día a día. Estos números no son simples estadísticas; son millones de historias interrumpidas por el miedo: el comerciante que cierra temprano, la madre que no deja jugar a sus hijos en el parque, el trabajador que calcula cada paso para evitar zonas peligrosas.
Existe una tentación peligrosa de creer que la solución llegará únicamente de la Policía o del Poder Judicial. Necesitamos instituciones más fuertes, es cierto, pero concentrar todas nuestras esperanzas allí es insuficiente. La delincuencia no aparece de la nada; es el síntoma de problemas más profundos: falta de oportunidades, deterioro del tejido social y normalización de la ilegalidad.
Aquí radica una verdad fundamental: cada uno de nosotros tiene un rol que desempeñar. Los registros del Ministerio del Interior demuestran que las juntas vecinales y los sistemas de alerta barrial reducen significativamente los índices delictivos. Cuando los vecinos se organizan y existe comunicación fluida con las autoridades, los espacios públicos se recuperan.
La familia cumple un papel fundamental pero subestimado. Es en el hogar donde se siembran los valores de honestidad y respeto. El sector privado también debe asumir su responsabilidad. El Banco Mundial documenta cómo los programas de capacitación para jóvenes en riesgo y la generación de empleo formal funcionan como barreras efectivas contra el crimen organizado. Cada joven con un oficio digno y un salario justo es uno menos buscando atajos en la ilegalidad.
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