(El Montonero).- A estas alturas es incuestionable que el candidato republicano Donald Trump ha logrado ganar las elecciones en los Estados Unidos y es el próximo jefe de Estado de la gran nación del norte. Asimismo el Partido Republicano ha logrado formar una mayoría holgada en el Senado e igualmente la mayoría en la Cámara de Representantes. El triunfo de Trump tiene varias explicaciones, pero quizás la más relevante se vincule al rechazo de la mayoría de la sociedad al progresismo, el también llamado “wokismo”.
“Hagamos América grande otra vez” se impone en las elecciones norteamericanas
¿A qué nos referimos cuando hablamos del rechazo al progresismo? Sorprendentemente las universidades de los Estados Unidos se han convertido en el centro de una movilización cultural e ideológica en contra de los valores, las instituciones y los juicios morales que posibilitaron construir la grandeza de las sociedades occidentales.
En los comicios que acaban de culminar, por ejemplo, el progresismo pretendió lanzar una ofensiva sin precedentes en torno a los temas del aborto y de la ideología de género, y se desataron todas las expresiones del llamado multiculturalismo, que cuestiona el papel de Occidente en la reciente historia universal.
La ofensiva del progresismo en estos temas, de una u otra manera, ha erosionado la credibilidad de las instituciones de Occidente. Y de pronto el Estado nacional, la democracia representativa, la familia nuclear, el capitalismo y el concepto de propiedad privada son cuestionados por un wokismo exacerbado que llega a sostener que todos los males de la sociedad contemporánea deben atribuirse a la hegemonía del hombre blanco, de la sociedad patriarcal y la colonización de los ahora países emergentes.
¿Cómo puede prosperar un discurso multiculturalista de esta naturaleza en los Estados Unidos? Aunque parezca mentira, el wokismo estadounidense sostiene que la Gran Unión Americana tiene un pecado capital: los padres fundadores de Estados Unidos organizaron la Unión Federal tolerando el esclavismo de los estados del sur.
A partir de esta interpretación, toda la historia de los Estados Unidos y de la mayor república de la historia humana es deconstruida y, de una u otra manera, se llega a concluir que la desaparición de la gran unión de los 50 estados es el camino para reparar el pecado de origen que se atribuye a la nación federal.
Es evidente pues, que el progresismo y el wokismo se han convertido en grandes enemigos de la gran nación del norte, sobre todo considerando la disputa por la primacía económica que hoy sostienen China y Estados Unidos.
Un progresismo que siempre ha respaldado el globalismo ideológico de los organismos multilaterales nacidos luego de la Segunda Guerra Mundial y que, a través de la Organización Mundial de Comercio (OMC), se hizo de la vista gorda ante la falta de respeto a los derechos de propiedad intelectual y de patentes que en las últimas cuatro décadas desarrollaron diversos países que, incluso alcanzaron el desarrollo.
Durante este tiempo la OMC se dedicó a sancionar económicamente a los países occidentales, por diversas políticas proteccionistas y subsidios a diversos sectores de sus economías.
El voto a favor de Trump, entonces, de alguna manera expresa la voluntad de los estadounidenses de recuperar la grandeza de su país, que venía siendo debilitada por el progresismo, y también revela la voluntad de construir un nuevo orden mundial en política, comercio y relaciones entre los estados.
En cualquier caso, todo indica que el gran imperio del norte, la gran república del siglo XX, que en su desarrollo promueve los sistemas republicanos y el ejercicio de libertades, por ahora está a buen recaudo.