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OPINIÓN/ Ética, criterio y legado: cuando la ingeniería se medía por su durabilidad

Escribe:  Alexandre Ridoutt Agnoli

 

“No se construye solo con cálculos y concreto. Se construye con responsabilidad, con visión de futuro, y sobre todo, con ética.”

 

 

Dedicado a mi padre, el Ing. Eduardo Ridoutt La Rosa, y a todos los ingenieros que entendieron que construir es también un acto de conciencia.

En tiempos donde la infraestructura se anuncia con bombos y platillos antes de haber sido siquiera diseñada, y donde el cortoplacismo político domina sobre la lógica técnica, conviene mirar hacia atrás y preguntarnos: ¿qué ha pasado con la ética profesional que alguna vez fue norma en la ingeniería peruana?

Mi pasión desde niño siempre fue la ingeniería civil. Pero cosas del destino me llevaron primero a convertirme en piloto de la Fuerza Aérea del Perú, y luego, tras quince años de vida en la aviación comercial, colgué mis alas. No obstante, la ingeniería nunca me fue ajena. Desde el aire observé con mirada crítica las profundas deficiencias de infraestructura y servicios que afectan a nuestro país, causadas por la indiferencia, la improvisación y la incompetencia de muchas autoridades responsables.

Mi padre, el ingeniero civil Eduardo Ridoutt, egresado del antiguo Colegio de Ingenieros del Perú y docente de la prestigiosa Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), fue un referente ético y profesional para generaciones de colegas. Su legado no solo está en las aulas o en sus enseñanzas, sino en las obras concretas que dejó a lo largo y ancho del país, muchas de las cuales siguen en pie y operativas más de medio siglo después, testimonio vivo de una forma de ejercer la ingeniería con conciencia, responsabilidad y visión de futuro.

Tuvo el privilegio tener como catedráticos y consejeros a profesionales de la talla de Pedro Abel Labarthe, Carlos Romero Sotomayor, Claudio Bueno de la Fuente, Ricardo Valencia, Cristóbal de Lozada y Puga, Eduardo Suárez de la Jimena, Nicolás Devoto, Edgardo Mercado, Morales Macedo, José Avendaño, Germán Kruger, Manuel Góngora, Eugenio Dorece, Ricardo Quiroga, Tomás Unger, entre otros grandes nombres de la ingeniería peruana.

Hace unos años, le hice llegar al decano de la Facultad de Ingeniería Civil de la UNI un texto completo con sus memorias profesionales, acompañadas de anécdotas y experiencias de convivencia con las comunidades a lo largo de la costa, la sierra y la selva. Lo entregué con el único deseo de que algún día pudiera ser publicado como libro de cabecera para los nuevos egresados, y para quienes quieran conocer, desde la voz directa de un protagonista, un fragmento valioso de nuestra historia reciente sin embargo parece que no le dio importancia a tan rico material bibliográfico. En fin.

A continuación, comparto una de esas tantas memorias. Una historia que, más allá del proyecto técnico, nos recuerda que el profesionalismo verdadero siempre debe ir de la mano de la ética. Porque una obra bien hecha no solo se sostiene sobre concreto, sino sobre convicciones firmes.

Un ejemplo olvidado pero vigente en sus lecciones es el proyecto de reconversión vial de la Hacienda Casa Grande, en el valle de Chicama, La Libertad, ejecutado entre 1965 y 1968. En aquel entonces, esta hacienda era una de las mayores agroindustrias de América Latina, con más de 30,000 hectáreas de caña de azúcar. El objetivo: reemplazar el sistema ferroviario de transporte interno por una red de carreteras que conectara los campos de cultivo con la planta procesadora.

El proyecto, originalmente diseñado por la firma Ernest Keller y encargado a la constructora Graña y Montero, parecía técnicamente cerrado. Sin embargo, al asumir como jefe de obra, el Ingeniero Eduardo Ridoutt recién trasladado desde el proyecto Mantaro advirtió fallas estructurales que podían comprometer la viabilidad de toda la inversión: ausencia de estudios de soporte del terreno (CBR), diseño vial incompatible con el sistema de riego por inundación, falta de drenaje lateral y el uso prematuro de una costosa carpeta asfáltica de 3 pulgadas sin justificación técnica.

Con firmeza y claridad, Ridoutt no solo objetó técnicamente el proyecto en presencia de altos ejecutivos, sino que propuso modificaciones integrales: pruebas de laboratorio en campo, rediseño según niveles agrícolas, uso de materiales adecuados del Alto Chicama y un tratamiento superficial bicapa en lugar de asfalto en caliente. Sus recomendaciones fueron aceptadas. Más aún: la misma firma cuyo proyecto objetó, Ernest Keller, fue designada como supervisora de la obra. Un gesto que hoy sería impensable.

Pero el mayor respaldo a su criterio no vino en forma de diplomas ni ceremonias: vino en 1998, cuando el fenómeno El Niño colapsó el puente Chicama y obligó al tráfico pesado de la Panamericana Norte a desviarse durante semanas por aquellas mismas vías internas construidas en los años 60. Vías que, sin mantenimiento y solo con tratamiento bicapa, resistieron un flujo vehicular superior al previsto. ¿Coincidencia? No. Profesionalismo.

En apenas cuatro años, además de estas carreteras, el equipo liderado por Ridoutt construyó un puente de concreto sobre el río Chicama, un paso a desnivel, un silo de 10,000 toneladas y plataformas para el lavado de caña. Obras funcionales, pensadas no para inaugurar, sino para perdurar.

Frente a la precariedad y la improvisación con que hoy se lanzan proyectos sin estudios definitivos, sin validación de campo, sin memoria técnica es inevitable preguntarse: ¿dónde están los ingenieros de carácter? ¿Dónde quedó ese rigor silencioso que se anticipaba a los errores y asumía consecuencias incluso sin respaldo institucional?

La ingeniería no es un negocio de anuncios ni una competencia de metrados. Es una disciplina de responsabilidad moral ante el futuro. La ética técnica no está en los manuales, está en decisiones como la de negarse a asfaltar donde el terreno no lo soporta. Está en atreverse a decir lo que no se quiere escuchar. Está en dejar obras que hablan solas, incluso más de medio siglo después.

Contar esta historia no es solo rendir homenaje a mi padre, sino también hacer una advertencia generacional. Las obras que perduran no son producto del azar, ni de grandes presupuestos, ni de discursos grandilocuentes. Son el resultado de decisiones responsables, de valores sólidos y de un profundo respeto por el país que se construye desde el suelo. Hoy más que nunca, el Perú necesita volver a formar ingenieros con carácter, con criterio, con sentido ético. Porque no se trata solo de levantar estructuras, sino de dejar huellas.

Y ojalá algún día, las memorias de aquellos que sí supieron construir puedan volver a ser leídas, no como anécdotas del pasado, sino como planos para el futuro

3 comentarios en «OPINIÓN/ Ética, criterio y legado: cuando la ingeniería se medía por su durabilidad»

  • Excelente homenaje a un profesional que si supo llevar su responsabilidad a lo mas alto . Su capacidad y moral lo acompano siempre y su preparacion profesional fue importante mas su etica es la base de todos sis aciertos.

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  • Muy bueno Alex. Ahora tengo una idea más clara de dónde vienen ustedes. Gracias

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  • La ética en el país, no se encuentra y si hay alguien que la tiene, tratan de desaparecerla, el negocio es lo que han inculcando a todos los profesionales y no hay una mirada de futuro.
    Gracias por este recuerdo de tu padre, que ahora es un homenaje, un abrazo

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