seguirá desestabilizando Bolivia, azuzando el descontento social, esperando muertos para encender una convulsión incontrolable.
Qué desgracia para el hermano pueblo boliviano haber tenido dos veces como presidente a un esperpento político como Evo Morales, personaje siniestro, violento y ególatra que arrasó con principios democráticos y que hoy se encuentra impedido constitucionalmente de volver a postular.
Ante esa imposibilidad legal, ha ordenado a sus partidarios bloquear carreteras para impedir el ingreso de alimentos y combustible a las ciudades, mientras intensifica su campaña contra el presidente Luis Arce, a quien califica de “traidor”,“corrupto” y “narcotraficante”.
Las violentas manifestaciones en Bolivia, que ya han dejado 14 policías heridos, exigen la renuncia de Arce y que el Tribunal Electoral habilite a Evo para postular a las elecciones presidenciales del 17 de agosto, pese a que la reelección está expresamente prohibida por la Carta Fundamental.
Simpatizantes del líder cocalero bloquean vías en la región de Cochabamba, provocando enfrentamientos con la policía, que ha reportado hasta ahora 15 efectivos heridos. Ante esta insurgencia antidemocrática, el Tribunal Supremo de Justicia ha solicitado al Ministerio Público investigar varios videos difundidos por el sindicato de cocaleros del Chapare, en los que se advierte que “si Evo no participa, no habrá elecciones en el país”.
El ministro de Justicia ha denunciado penalmente al exmandatario por obstaculizar los procesos electorales y por delitos como terrorismo, instigación pública a delinquir, desobediencia a resoluciones constitucionales, atentado contra la libertad de trabajo y sabotaje electoral.
Un miembro de su entorno entregó grabaciones que incluyen amenazas de “convulsionar el país, generar caos, zozobra y muerte”, con directivas para asesinatos selectivos. La congresista Luciana Campero y un equipo de abogados lo han denunciado por terrorismo de Estado, presentando audios donde se escucha su voz ordenando cercar La Paz y otras ciudades.
Los peruanos conocemos bien a Morales. No olvidamos cuando pretendió mutilar territorio nacional para crear la República Aymara con parte de Perú, Bolivia y Argentina, ni cuando fundó en Cusco una sede de su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), con el objetivo de expandir su agenda radical, que incluye el libre cultivo de coca y la expulsión de la DEA.
Cuando Pedro Castillo fue destituido, Morales sostuvo la falacia de que estaba “preso por ser indígena y negarse a seguir entregando recursos a transnacionales”, culpando a Estados Unidos de coordinar su caída.
Desde enero de 2024, Morales se oculta en el trópico de Cochabamba, protegido por seguidores armados, evadiendo una orden judicial por haber mantenido relaciones sexuales con una menor de 15 años, con quien tuvo una hija.
Promotor de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, ha sido protegido por los gobiernos de López Obrador, Claudia Sheinbaum y Cristina Kirchner, esta última condenada por corrupción. Aun con ese pasado, seguirá desestabilizando Bolivia, azuzando el descontento social, esperando muertos para encender una convulsión incontrolable.