Gutiérrez predicó el involucramiento activo de la Iglesia en la lucha contra la opresión y la pobreza con la responsabilidad moral de trabajar para erradicar la desigualdad.
El muy reconocido y querido sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez partió a la eternidad. Su figura de talla universal es fundamental en el mundo católico. Fue el fundador de la Teología de la Liberación que surgió en los años 60 y 70 con una interpretación cristiana de justicia social enfocada en la defensa y el empoderamiento de los más pobres y marginados.
Gutiérrez predicó el involucramiento activo de la Iglesia en la lucha contra la opresión y la pobreza con la responsabilidad moral de trabajar para erradicar la desigualdad. Recordemos que la Iglesia mantuvo durante décadas posiciones más conservadoras en temas sociales y que esto cambió con la Conferencia de Medellín de 1968 y con la Puebla de 1979.
Todo un vuelco ideológico y social que influyó en el ámbito religioso y también en el político que determinó un compromiso real con los desposeidos. Su libro Teología de la Liberación, de 1971, expone la base teológica de la opción preferencial por los pobres y el rol de la Iglesia en promover cambios estructurales en la sociedad.
Gutierrez se ha ido con el respeto y la admiración del mundo, gran amigo de ideas e ideales de justicia, y con su amabilidad y afecto proverbiales inspiró a generaciones de líderes no solo religiosos, a activistas y jóvenes del mundo en quienes despertó la sensibilidad que falta para acometer la agenda de la igualdad en América Latina y el mundo.
Las críticas que provocó se han ido acallando. Tenía razón en su tiempo y mas ahora cuando hasta el neoliberalismo revisa su inercia ante las desigualdades que provoca. Influyó en reformas y movimientos sociales que hoy aparecen más urgentes que nunca como lo señala Francis Fukuyama en su más reciente libro. Honor al honor.