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OPINIÓN/ Ideopatología

NO ATRACO

Escribe: Elmer Barrio de Mendoza

Casi desde que tengo memoria he escuchado que la ideología es la columna vertebral de la acción política. La verdad es que creo ahora que eso es insensato y que, además, puede llegar a ser patológico.


La ideología no es otra cosa que el conjunto de ideas fundamentales que define a una persona, a un colectivo , a una población o incluso a una época. Entre los siglos XVIII y XIX, el concepto de ideología se convirtió en materia filosófica específica que refería al estudio de la evolución de las ideas y su correspondiente desarrollo histórico, incluida su confrontación.

La política, cuyo sustrato conceptual, hasta entonces, era técnico-filosófico (cuando la filosofía era sólo amor por la sabiduría), se convirtió en un tema de debate sobre la gestión pública y sobre la forma que debían adoptar los gobiernos: de las monarquías absolutas a los modelos democráticos de monarquía constitucional o de república, hasta las experiencias del socialismo real. El creciente parlamentarismo y la disputa por modelos futuribles favorecieron la división de la representación política según
diferencias cada vez más finas y probablemente más artificiales. En consecuencia, el debate ideológico devino útil para perfilar partidos o movimientos enfrentados entre sí de antemano. Y en el medio se colaron distintas opciones dictatoriales.

Fue así que el sentido fundamental de la política, el de la gestión gubernamental eficiente, se transformó en un conjunto de choques de sistemas de ideas, que sólo aseguraban la fractura social y no el bienestar ni el progreso y daban pie a gigantescas burocracias, nacionales y transnacionales que supuestamente se especializaban en resolver los problemas trascendentes y que, sin embargo y como en toda burocracia, sólo servía para perpetuarse, rentar y medrar.

Cuanto más reducida es la burocracia  más eficiente, cuanto más extensa, más corrupta e inepta. Porque la ineptitud se traduce en no resolver los asuntos
fundamentales para poder eternizarse en la administración de los problemas que nunca se solucionan. Y que ante la hipótesis de que se estuvieran resolviendo, tener la capacidad adaptativa de descubrir o inventar otros, que doten de mayor complejidad a lo que en realidad es claro y sencillo.8

La necedad de la “batalla cultural”

Hoy está de moda la llamada “batalla cultural”. Según ella, si eres de derecha la culpa de todos los males es el socialismo y, peor, el comunismo. Según ella, si eres de izquierda la cosa es al revés y el culpable universal es el capitalismo. En la “batalla cultural” prima el vituperio sobre el argumento racional y las redes se prestan a ello. Para los batalladores culturales el mundo tiene sus respectivos ángeles y demonios portentosos. Y según la localidad, sus versiones específicas.

La crisis mundial de hoy, evidentemente provocada por la pretensión hegemónica de Trump (que no sabe cómo recular), aunque anticipada por el belicismo europeo (en complicidad con el negocio familiar de Biden) frente a Rusia, ha resultado de la tal simplificación ideológica y de la hiperbólica postura dominante y militarista de Estados Unidos de Norteamérica, sobre todo en el Medio Oriente.

Trump ha violado una ley elemental de la guerra: no se puede pelear al mismo tiempo con todos los demás. Por tanto se ha encontrado con la intersección de todos los amenazados. Antes China era el adversario a aislar, ahora China aparece como el líder involuntario del libre comercio. Pero además Trump ha violado otra, casi tan evidente como la primera: no se puede enfrentar hoy los problemas de mañana con los métodos de ayer.

La guerra arancelaria de Trump es retroceder a las primeras décadas del siglo pasado: Desde el GATT en los setenta, el mundo entendió que debía reducirse al mínimo el muro arancelario y luego, con la OMC en los noventa, esta comprensión ecuménica se materializó y luego se instrumentó. Todos asistimos a los TLC y acuerdos similares. Vimos la apertura global. Parece que Trump estaba en otra, no vio lo que todos veíamos.

Tampoco vio que el BRICS era una realidad creciente y un mercado global de enorme magnitud. Creyó que cerrar el mercado americano era algo perfectamente manejable y que el mundo, para usar sus propias palabras, le iba a besar el culo. Sucede que el suyo, si alguna vez la tuvo, carece de la mínima atracción vigente. Es por eso que ahora recular le resulta complicado.

La pregunta es: ¿Dónde queda la “batalla cultural”? Pues, en la mitad de ninguna parte. Estamos hablando de una disputa entre el mercado global, completamente multipolar, y el proteccionismo industrial de hace un siglo. El BRICS se ubica en el primer plato de la balanza y EUA y sus besatraseros (cada vez menos) en el segundo. Europa está extraviada y su perspectiva es probablemente centrífuga.

Saquemos lección

Vienen las elecciones generales en el Perú. Si no nos dejamos arrastrar por la “batalla cultural” y logramos concentrar el debate en cuatro temas esenciales:

I) seguridad ciudadana y control de las economías criminales,

II) crecimiento económico y del empleo decente,

iii) reducción de la pobreza y seguridad alimentaria y

iv) servicios públicos esenciales del Estado (infraestructura vial y sanitaria, educación y salud), es probable que podamos votar mejor. No permitamos que la confrontación ideológica enturbie la discusión. Busquemos que alguien nos demuestre que puede enfrentar exitosamente esos cuatro temas y que no nos convenza con frases huecas como “no más pobres en un país rico” o “Perú, potencia mundial”.

Seamos más exigentes ahora porque el entorno mundial sólo estará abierto a los gobiernos eficientes y porque ya muchas veces votamos en contra de y no a favor de… y miren lo que nos pasó.

Esperemos que algún candidato esté a la altura de nuestra demanda como país. Eso significa gobernar desde ahora, presentando alternativas viables y un gabinete alternativo, que le diga a la sociedad peruana qué hacer hoy en cada asunto fundamental y no sólo despertar simpatía para conseguir votos a punta de ojalás. Porque el candidato que elijamos no puede ser un mesías (así, en minúsculas) que luego nos diga que se encontró con un escenario que no conocía y que está aprendiendo sobre la marcha.

¡Quien gobierne debe hacerlo bien desde el primer día!

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