OPINIÓN/ Kaja Kallas: ¿Alta representante o alta improvisación?
Escribe: Ricardo Sánchez Serra

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Kallas debe recordar, aunque es pedirle mucho, las palabras del gran mariscal soviético Georgy Zhukov, uno de los arquitectos de la victoria sobre el nazismo: “No luchamos por la gloria, sino para que Europa viviera”.
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La frase “Calladita se ve bonita” ha circulado con fuerza en círculos diplomáticos tras las recientes declaraciones de Kaja Kallas, actual jefa de la diplomacia europea. En una entrevista conmemorativa por el fin de la Segunda Guerra Mundial, Kallas afirmó que “la Unión Soviética no liberó Europa del nazismo, simplemente reemplazó una ocupación por otra”.
La afirmación no solo es históricamente inexacta, sino profundamente ingrata. La URSS perdió más de 27 millones de vidas en la guerra contra el nazismo, y fue el Ejército Rojo quien rompió el espinazo de la maquinaria de Hitler en Stalingrado, Kursk y Berlín. Sin ese sacrificio, Europa no habría sido liberada. Kallas parece olvidar que la historia no se puede reducir a consignas ideológicas ni a resentimientos heredados.
No es la primera vez que sus palabras generan desconcierto. En su primer viaje oficial como jefa de la diplomacia europea, declaró en Kiev que “la Unión Europea quiere que Ucrania gane esta guerra”, rompiendo con la prudencia institucional que Bruselas había mantenido. Más recientemente, acusó a Rusia de “burlarse de la paz” tras un ataque en Ucrania, sin matizar ni abrir espacio para la negociación. También propuso compensar el retiro de ayuda militar estadounidense sin consultar a Francia, Italia ni España, lo que generó tensiones internas en la UE.
Lo más preocupante es que Kallas no tiene formación diplomática. Es abogada de profesión, con experiencia en derecho comercial y empresarial, pero nunca ha ejercido funciones diplomáticas antes de asumir el cargo más alto en la política exterior europea. Su paso por el Parlamento Europeo se centró en temas digitales y de consumo, no en relaciones internacionales ni resolución de conflictos. Su nombramiento responde más a equilibrios partidarios que a méritos diplomáticos. Y eso se nota.
Kallas proviene de un país con menos población que la ciudad de Trujillo, y con una historia compleja que ella misma parece simplificar. Durante la Segunda Guerra Mundial, miles de estonios colaboraron con el régimen nazi, formando unidades como la Legión Estonia dentro de las Waffen SS. Y aunque Estonia sufrió la ocupación soviética, su economía sobrevivió durante décadas gracias a sus ventas a la URSS, especialmente en sectores como la energía, la minería y la industria química. No se trata de elogiar el sistema soviético, sino de reconocer que la integración económica con Moscú permitió sostener empleo, infraestructura y comercio en tiempos difíciles.
Hoy, Estonia presume de una economía digital avanzada, pero en 2025 apenas crece un 1.1 %, afectada por la caída de inversiones y el enfriamiento del consumo interno. El desempleo supera el 7 % y su dependencia de exportaciones hacia países nórdicos y Alemania la vuelve vulnerable.
Lo que más sorprende, sin embargo, además de su desconocimiento histórico y su falta de preparación, es su actitud beligerante. En lugar de buscar la paz, como se espera de una canciller europea, o de cualquier ministro de Relaciones Exteriores, busca la guerra. Y en tiempos de conflicto, eso no es liderazgo: es imprudencia.
Kallas debe recordar, aunque es pedirle mucho, las palabras del gran mariscal soviético Georgy Zhukov, uno de los arquitectos de la victoria sobre el nazismo: “No luchamos por la gloria, sino para que Europa viviera”.
