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OPINIÓN/ La crisis final

Escribe:  César Campos R.

La pereza intelectual de algunos estudiosos sociales sigue llamado “élite” a cuatro ricachones del espectro formal y a Lima, cuando el poder real para mover las agujas del país reposa en fuerzas provincianas que dominan la minería y la tala ilegales, el narcotráfico, el contrabando…

Agota predicar en el desierto para quienes carecemos del temple sagrado de un Juan Bautista o la entereza de algunos verdaderos líderes mundiales que avizoraban el porvenir antes de hundirse en el fango de las coyunturas. Con los errores propios que muchas veces nos inspira la inmediatez, unos pocos tenemos partida de advertencia a esta grave crisis política e institucional padecida por el Perú centrando su origen en todas las perversidades y disparates, normativos o fácticos, ejecutados desde la caída del régimen de Alberto Fujimori el año 2000.

Porque si algo debemos condenar en todos aquellos redentores que ofrecieron la tierra prometida de un sistema democrático pleno, funcional, edificador de consensos básicos y atento al desarrollo social sin exclusiones tras el fujimorismo de cinco camisetas partidarias (Cambio 90, Nueva Mayoría, Sí Cumple, Vamos Vecino y Perú 2000, la banalización más efectiva de la representación popular) es el deterioro de las bases institucionales.

Creyeron que masificando la oferta electoral con múltiples partidos, habría verdadero pluralismo y obtuvieron el zafarrancho de 43 registros ante el Jurado Nacional de Elecciones. Concibieron que el absurdo voto preferencial (así calificado por Victor Raúl Haya de la Torre en 1978) empoderaba la decisión ciudadana y solo consiguieron poner a los elegidos por encima de sus agrupaciones alentando a los tránsfugas, sinónimo de traición y oportunismo.

Se pidió a gritos que la elección parlamentaria sea en la segunda vuelta a fin de garantizar la mayoría relativa de quienes alcanzaban esa etapa, pero se mantuvo reservada para la primera generando hasta nueve cabezas de ratón congresales que luego se convirtieron en diez u once gracias a la permisividad hacia el fraccionamiento, al margen de facilitar sus triquiñuelas legislativas por concurrencia de intereses subalternos

Esto fue normalizándose sin mayor debate. Se agregó la tendencia a reverenciar la informalidad como repudio a la exuberante tramitología estatal y ello originó que menos compatriotas sientan la necesidad de respetar la ley. La pereza intelectual de algunos estudiosos sociales sigue llamado “élite” a cuatro ricachones del espectro formal y a Lima, cuando el poder real para mover las agujas del país reposa en fuerzas provincianas que dominan la minería y la tala ilegales, el narcotráfico, el contrabando, la trata de personas y otras marginalidades.

Los Rodríguez Pastor, Brescia o Romero ni siquiera pueden contener la pulverización del sistema privado de pensiones (la cual afecta sus bancos y otras unidades financieras) por parte del parlamento populista pero grandes sabiohondos siguen considerándolos poderosos y dueños del Perú.

¿Puede importar un bledo que caigan 7 presidentes en 9 años cuando la matriz de la inestabilidad política se mantiene intacta?,¿Debemos afirmarnos en el culto a las telenovelas y prestar ojos a la vida nacional por capítulos y no como conjunto?, ¿Es útil morir de ansiedad por conocer el primer gabinete de José Jerí mientras las raíces de la crisis se mantienen incólumes y nada augura su fin?

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