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OPINIÓN/ La cultura, la política y el modelo económico en el Perú

(El Montonero).- Una de las preguntas más recurrentes en el análisis político y económico en el país es cómo así un verdadero milagro económico y social, de pronto se detuvo, involucionó de gravedad y terminó en la tragedia de la elección de Pedro Castillo. Antes de ese proceso regresivo en la economía y la institucionalidad –desde una década atrás– el Perú crecía sobre el 6% y reducía entre tres y cuatro puntos de pobreza al año. El PBI se había cuadruplicado y la pobreza había descendido del 60% al 20% (después de Castillo subió al 30%) y nuestra sociedad llegó a ser una de ingreso medio.

La involución económica e institucional de nuestra sociedad

 

¿Qué sucedió entonces para desatar la involución? El régimen económico de la Constitución que consagra el fin del Estado empresario y el papel subsidiario del Estado con respecto al sector privado, el respeto a los contratos, a la propiedad privada y desregula los mercados, precios y el comercio exterior, nunca fue respaldado por la política y los políticos. Basta recordar que casi todos los candidatos en las últimas cinco elecciones nacionales ganaron marcando distancias del modelo económico, la inversión privada y los mercados.

La demonización del modelo económico por los políticos no fue un asunto accesorio, tal como algunos creían bajo el criterio de que la política y la economía avanzaban por cuerdas separadas. De ninguna manera. La burocratización del Estado a niveles soviéticos, la derogatoria de la ley de Promoción Agraria, el aumento del gasto público y la renuncia a seguir desarrollando nuevas reformas promercado, a favor de incrementar la productividad de la economía, únicamente provenían de esa política y de los políticos que se negaban a respaldar el modelo económico.

¿Cómo explicar esta conducta frente al modelo que más pobreza redujo en la historia republicana? La respuesta es simple: los sentidos comunes de la sociedad habían sido colonizados por las corrientes progresistas y neocomunistas que no formaban partidos ni ganaban elecciones, pero que sí desarrollaban una intensa batalla cultural. Por ejemplo, un Congreso pasado, dominado por las derechas, aprobó una ley que establecía que sobre los 3,000 metros sobre el nivel del mar (msnm) no se podían desarrollar proyectos mineros e industrias para preservar las cabeceras de cuencas hidrográficas destinadas al consumo humano y la agricultura. Se trataba de un mito, de una leyenda, porque el agua en los Andes, para consumo humano y la agricultura, proviene de las lluvias. Por lo tanto, si queremos tener agua limpia tenemos que construir represas y reservorios.

El objetivo del mito de las cabeceras de cuenca era detener el 80% de los proyectos de cobre del país, que se emplazan sobre los 3,000 m.s.n.m. Los partidos, los medios de comunicaciones y los actores públicos, pues, fueron tomados por las narrativas en contra de la minería (de 15 procedimientos se pasaron a 265 para aprobar un proyecto minero), en contra de las agroexportaciones, en contra de pesca industrial, el turismo y la inversión privada en general. En ese contexto, el Estado peruano se convirtió en la principal muralla contra la inversión privada y en la primera fuente de pobreza e informalidad.

La involución económica, política e institucional del Perú, entonces, tiene una explicación: si la cultura y la política avanzan en contra del modelo económico –que solo sobrevive gracias a sus éxitos y a pesar de la acción pública–, tarde o temprano se producirá el resultado que contemplamos en el Perú. Es decir, un milagro económico que involuciona y que vuelve a aumentar la pobreza, tal como sucede luego del gobierno de Castillo.

La cultura, la ideología y la política, pues, son más que decisivas para el futuro de la libertad y el Estado de derecho.

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