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OPINIÓN/ La vida da vueltas

Escribe: Ricardo Vásquez Kunze

Ricardo Vásquez Kunze

En la historia hay varios ejemplos de caídas en desgracia en que luego de un tiempo el caído vuelve al poder.

Mientras que en el Perú el caso cócteles fue declarado por el TC nulo luego de 10 años y varias entradas y salidas de la cárcel de Keiko Fujimori por el uso y abuso de las prisiones preventivas, en Francia, el expresidente de la República Nicolás Zarkozy entró este marte 21 de octubre a la prisión de La Santé, en París, por una condena de asociación criminal por recibir dineros de campaña electoral de parte del dictador tirano libio Mohamar Gadhafi. Fue absuelto de todos los demás casos pero Zarkosy pasará en prisión 5 años.

Zarkosy y sus simpatizantes, además de la clase política francesa, se han solidarizado con él, pero la discusión entre los que están a favor es que es una venganza política, mientras los detractores, con mesura, han indicado que es un parteaguas en la política francesa. Se acusa a Zarkozy de favorecer a Gadhafi en retribución, haciéndole regresar al escenario internacional (luego de ser promotor del terrorismo mundial) invitándolo a Paris con todos los honores, donde el sátrapa armó una carpa en los jardines del Eliseo.

El juicio contra el expresidente francés duró 12 años, tiempo parecido al del caso cócteles.  La politización de la justicia es un tema que no sólo es del Perú, sino que está en boga en otras latitudes. El trato, sin embargo, en ambos casos, fue distinta. Sarkozy fue llevado a la prisión en olor a multitud (eso sólo es posible cuando se tiene un partido y bases que no hay aquí con los partidos membrete) y escoltado por su guardia de seguridad hasta el penal donde fue entregado a las autoridades penitenciarias (del que fue ministro del Interior) que lo recibieron en un ala de aislamiento para no permitir ningún tipo de humillación al ex presidente, aunque en comparación con la cárcel de Barbadillo, el rigor impuesto es mucho más duro que las que pasan los expresidentes Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Pedro Castillo.

Nada de chalequitos con el membrete de detenido como se lo pusieron a Keiko y se lo querían poner a Alan García, que para proteger la imagen presidencial, tuvo la valentía y el honor de suicidarse. En otro cambio de fortuna, pero por otros delitos, fue anulada la sentencia de 12 años de prisión domiciliaria contra el expresidente Álvaro Uribe, denostado el Poder Judicial por Gustavo Petro y alabada por el Secretario de Estado estadounidense Marco Rubio,  como el fin de una persecución política. Ni qué se diga de Donald Trump, imputado durante candidato de cientos de delitos y que se acabaron ni bien fue elegido presidente.

En la historia hay varios ejemplos de caídas en desgracia en que luego de un tiempo el caído vuelve al poder. Lula, que después de una prisión por corrupción volvió al poder y lo ejerce en Brasil. Eso es lo mágico de la política. Todo sube y todo baja y los que están arriba un día estarán abajo y los que están abajo resurgen de sus cenizas.

El tema central es que la política y los políticos son gente especial que tiene que tomar decisiones muy difíciles y controvertidas  para salvaguardar la soberanía, independencia y la integridad de la república, por lo que deberían tener un tratamiento distinto apegado estrictamente a la ley y no servir esta a vendettas políticas como en el caso de Keiko Fujimori, Zarkozy, Trump y otros.

Quiero terminar agradeciendo a la expresidente Dina Boluarte. Más allá de sus capacidades y sus gruesos yerros, tomó el poder en plena algarada comunista y terrorista contra la democracia, la sofocó y nos libró de ir por el camino de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Ese solo hecho para mí es digno de gratitud.

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