qué pena que se vaya, carajo, pero qué bueno todo lo que ha narrado, si esto sirve de consuelo para sus lectores, maestro.
¡Qué difícil el arte de escribir sobre esa pequeñez denominada “yo”! Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) había denunciado a los cronistas que escribían textos para lucirse como sus fatuos protagonistas. Sucedió en un momento boyante, cuando la crónica periodística (“género de mirada y escritura”, dixit Caparrós) se puso nuevamente de moda en América Latina desde tiempos de la conquista y sus cronistas-sacerdotes y sus cronistas-soldados. Inclusive, algún editor con olfato fino para los negocios lo denominó como “el nuevo boom latinoamericano”. De eso, hace como veinte años.
Por ese entonces, el periodismo narrativo –el revisteril, sobre todo– haciendo copyand paste del estilo de Tom Wolfe, Gay Talese y Cía. se volvía ya una maquinaria que ensalzaba el ego del cronista, dejando en segundo plano la impronta social, ese deber ser del periodismo. Y Caparrós, entonces ya acreditado maestro del género de no ficción, publicó un manifiesto donde denunciaba este strip tease atosigante de las nuevas plumas con alma de pavos reales. En la crónica lo importante es la mirada; lo define la subjetividad, claro, pero no es una pasarela para la ínfula.
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Caparrós ha viajado por todos los rincones del globo para contarlo a sus lectores-feligreses. En los textos del cronista de abolengo vibra su voz, su forma de construir las escenas, de hacer las pausas necesarias para reflexionar y retomar la narración. Son imperdibles para el periodismo literario hispanoamericano sus títulos: Larga distancia, Una luna, El Hambre, Lacrónica, Namérica y decenas de crónicas desperdigadas en diarios y revistas a los dos lados del charco, analizados con actitud de entomólogo en las aulas donde aún se enseña el periodismo como una profesión artesanal, hecha por humanos para humanos.
El elemento central del periodismo literario era (siempre lo fue) la mirada: “está la diferencia extrema entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona”, definió Caparrós en su famoso manifiesto “Por la crónica”. Agregó: “La primera persona de una crónica no tiene siquiera que ser gramatical: es, sobre todo, la situación de una mirada.”
Hace cuatro años al periodista le diagnosticaron la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Entonces, muy a su pesar, decidió escribir sus “memorias” (“escribir unas memorias supone una soberbia extraordinaria, una memez extrema”). Por vez primera se puso como objeto de su propio bolígrafo para repasar las luces y sombras de su vida, sabiendo que pronto –tal vez muy pronto– esa enfermedad que hace que su cuerpo no le obedezca, se lo lleve, ya no le deje escribir el punto final.
El resultado es Antes que nada, de 655 páginas. Me gusta este Caparrós que desnuda sus varios frentes de batallas personales. Y que sabe –escritor, al fin y al cabo– que las memorias siempre son engañosas, un escamoteo de las cosas que uno quiere que se sepa y otras, menos.
Antes que nada intercala capítulos dedicados a la enfermedad y otros sobre su vida. El título revela las certezas de un no creyente: después de la muerte no hay nada. Punto. Pero es un hombre que torea a la muerte, que odia estas circunstancias que le tocan y le dejan muchos proyectos inacabados y los planes para una vejez tranquila al lado de su pareja. Se puede deducir su rebeldía y cierta angustia por querer ser menos racional; por no poder resolver el asunto de la vida después de la muerte sólo guiándose de lo intuitivo, lo espiritual, como el común de los mortales.
El libro empieza lento y va encontrando su ritmo. Caparrós despliega aquí todas sus herramientas narrativas, inclusive usa versos para contar, en otro registro, las veces que la guadaña de la muerte pendió cerquísima de su cogote.
Caparrós es un ciudadano argentino de su tiempo. Cada lector que ha seguido su carrera podrá tener sus propios capítulos favoritos. A los lectores de su país, por ejemplo, seguro les interesará el entorno donde creció, su colegio, las amistades, su militancia temprana, sus barrios. Me interesan más los pasajes sobre la intelectualidad en el hogar; el descubrimiento de la escritura; sus lecturas; su llegada al periodismo; su paso por la radio y la televisión; su relación con sus herencias judías, polacas y españolas; su exilio francés; el largo camino para afirmarse en la identidad argentina; y los detrás de cámaras de cómo surgieron sus libros y textos más memorables.
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En muchas memorias hay un morbo por conocer sobre la vida sexual y los amores del protagonista, y Caparrós se explaya al respecto. En cambio, tiene mucho celo en hablar sobre su hijo o sobre su hermano, que casi no existen en el libro. Tal vez ellos sean, podría interpretarse, lo más preciado.
El lector acompaña en este ajuste de cuentas con el tiempo que hace el escritor, quien tal vez busca que se le comprenda mejor: un polemista de polendas al que también asaltaban sus propias dudas. ¿Qué hubiera pasado si se quedaba en Francia?, se ha preguntado muchas veces; ¿qué, si hubiera ganado la lotería?… Lo firme ha sido el papel que ha puesto a la escritura en su vida, una necesidad visceral que lo llevó a sacrificar inclusive la tranquilidad de la vida familiar tradicional a la que la mayoría aspira. Todo para continuar narrando y creando mundos desde la escritura. Caparrós tiene otras luchas más pedestres, como aquella de ser reconocido como escritor, a secas, lo dice uno de los grandes cronistas de nuestro tiempo. Y qué pena que se vaya, carajo, pero qué bueno todo lo que ha narrado, si esto sirve de consuelo para sus lectores, maestro.
Ficha: Martín Caparrós. Antes que nada (Barcelona, Random House, 2024). Pp. 655
(*) José Vadillo Vila es periodista y escritor. Ha publicado los libros Historias a babor, Hábitos insanos, Apus musicales, El largo aliento de las historias apócrifas y Mostros.