OPINIÓN/ Meritocracia y ética, la revolución pendiente del Estado
Escribe: Alexandre Ridoutt Agnoli
El Perú no cambiará mientras los mejores se queden en la tribuna observando el desastre.
Cada semana, el programa conducido por Gonzalo Prialé nos ofrece un respiro frente al caos de la política cotidiana. Es una vitrina donde expertos analizan, con rigor y sin intereses partidarios, los problemas estructurales del Estado. El último panel dejó un mensaje tan claro como urgente: SIN GESTIÓN Y SIN MERITOCRACIA, el Perú está condenado a repetir sus fracasos.
El diagnóstico es doloroso: nuestro aparato estatal ha sido capturado por décadas por la mediocridad, el clientelismo y la corrupción. Sobran funcionarios con títulos y hojas de vida llamativas, pero faltan ética, valores y compromiso real con el país. En otras palabras, no basta con saber, hay que servir.
El próximo gobierno no puede seguir el mismo libreto de siempre. No bastará con cambiar ministros o hacer ajustes cosméticos. Lo que el Perú necesita es una renovación profunda de sus mandos ejecutivos en todos los niveles central, regional y local, para que quienes dirigen el Estado sean peruanos capaces, honestos y comprometidos con el cambio.
Y aquí surge la pregunta de fondo: ¿dónde están esos buenos peruanos? La respuesta es incómoda. Están en nuestras universidades, en las empresas privadas, en la sociedad civil pero han decidido darle la espalda al servicio público porque lo perciben asfixiado por la podredumbre y reducido al desprestigio. Esa renuncia puede ser comprensible, pero resulta también peligrosa: cada espacio que los mejores dejan vacío, inevitablemente lo ocupa la mediocridad, el clientelismo o la corrupción.
Ha llegado la hora de dar un paso al frente. El Perú no cambiará mientras los mejores se queden en la tribuna observando el desastre. Necesitamos que los profesionales con valores y visión de país ingresen al servicio público, no para servirse de él, sino para limpiarlo, modernizarlo y devolverle dignidad.
Y para lograrlo, los buenos tienen que atreverse a entrar, disputar y transformar.
Además, estos nuevos ejecutivos dotados de carácter, ética y capacidad profesional no solo cumplirán funciones de gestión: serán referentes dentro del aparato estatal. Su conducta marcará un estándar ineludible. Quienes trabajen bajo su liderazgo tendrán dos caminos: asumir ese ejemplo y crecer con él, o apartarse si insisten en la mediocridad y la complacencia.
Ese es el verdadero poder del liderazgo ético: crear una cultura de mérito y responsabilidad que se irradie desde la cabeza hacia cada nivel de la organización. Solo así podrá romperse el círculo vicioso que, por décadas, ha mantenido al Estado secuestrado por la inercia, la corrupción y el clientelismo.
Qué distinto sería nuestro país si en lugar de operadores políticos, tuviéramos en el Congreso, en los ministerios y en los gobiernos regionales a profesionales con ética, capacidad y vocación de servicio. Otro sería el rumbo de la educación, la salud, la infraestructura y, en general, de todas las políticas públicas que hoy naufragan entre la improvisación y el robo.
La televisión nacional, a través de este espacio de Prialé, nos demuestra que sí existen voces lúcidas y propuestas serias. Pero ya no basta con discutirlas en un set de televisión: debemos llevarlas a la acción. El Perú merece un Estado meritocrático, limpio y eficaz. Y para lograrlo, los buenos tienen que atreverse a entrar, disputar y transformar.
El llamado es claro:
el futuro del Perú no se salvará desde la comodidad de la crítica externa, sino desde el compromiso activo de sus mejores hijos.