que el señor Adrianzén se vaya a la ONU sólo demostraría que es un inútil inocuo al que le bastará aprender a decir oui o yes.
Se ha armado tremendo bochinche por el nombramiento de Gustavo Adrianzén, expresidente del Consejo de Ministros como embajador del Perú en la ONU. Leo chats donde incluso exministros de Relaciones Exteriores fustigan su nombramiento por no estar mínimamente preparado para el cargo y ni siquiera saber los dos idiomas oficiales de ese organismo internacional.
En realidad Adrianzén está donde debe estar, una entidad que hoy no sirve para nada más que para mantener a una enorme burocracia internacional y cuya función de mantener la paz en el mundo ha fracasado completamente durante los últimos 25 años, para ser más precisos, cuando una coalición de «buena gente» internacional se saltó a la ONU en la guerra de Kosovo, en la disuelta Yugoslavia. Ahí fue que la ONU demostró que su ciclo se había agotado después de su creación luego de la hecatombe de la II Guerra Mundial.
Su punto de gloria culminante fue cuando bajo su mandato se armó una coalición internacional, liderada por Estados Unidos y sin oposición de Rusia y China, para desalojar militarmente al sátrapa Sadam Hussein que había invadido a su vecino Kuwait.
Recordemos que era en ese entonces nuestro compatriota Javier Pérez de Cuéllar el Secretario General de la ONU. Corrían principios de los 90 del siglo XX. Pero para ser sinceros, la ONU nació con una falla de origen que fue el veto de las cuatro potencias de la II Guerra Mundial que podían bloquear cualquier decisión del Consejo de Seguridad y dejar a la Asamblea General pintada en la pared.
Es claro que las democracias que vencieron a Hitler, Mussolini y Japón no creían mucho en sus propios ideales, pues la ONU no se fundó sobre pilares de decisiones democráticas sino sobre la fuerza de las armas vencedoras que se reservaron la última palabra en la toma de decisiones. Mal que bien así funcionó la ONU, con sus altas y sus bajas hasta fines del siglo XX donde todo cambió y se convirtió en un ente inservible el cual las grandes y medianas potencias se saltaban de acuerdo a sus intereses.
Yo recuerdo a Pérez de Cuéllar reunirse con Sadam Hussein en Bagdad para convencerlo de abandonar Kuwait. Se podía percibir entonces, aunque sus esfuerzos de paz no se lograron, que la ONU tenía el predicamento y el prestigio necesario para hacerse escuchar y maniobrar por la paz. En la crisis de los misiles de Cuba, la ONU también tuvo un gran papel como foro donde los soviéticos fueron desenmascarados por Aldai Stevenson, el embajador de Estados Unidos ante el Consejo de Seguridad.
Pero hoy, ¿qué significa la ONU? ¿Vemos a Guterres, ese Secretario General socialista portugués hacer llamados patéticos a la paz que nadie escucha ni en Gaza, Israel o Ucrania. O acaso lo han visto como a Pérez de Cuéllar con Sadam, reunido con Putin o Netanyahu para proponer sus buenos oficios? No. Quienes la defienden es porque defienden su proyecto de vida, las canonjías que implican vivir a cuerpo de rey en Nueva York justificando lo poco o nada que hace la ONU en estos tiempos para cumplir su misión de fomentar la paz y SOLUCIONAR los problemas derivados de las guerras.
Por lo tanto, que el señor Adrianzén se vaya a la ONU sólo demostraría que es un inútil inocuo al que le bastará aprender a decir oui o yes.