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OPINIÓN/ ¿Por qué se desinflan los candidatos presidenciales?

Escribe: Francisco Diez Canseco

 

Mientras no reconstruyamos partidos auténticos, con liderazgo probado, bases militantes y una visión de país que trascienda al candidato, seguiremos asistiendo a este desfile de renuncias

El retiro o la renuncia de un número creciente de precandidatos presidenciales no es una casualidad ni una suma de errores individuales. Es el reflejo más claro de una enfermedad estructural de nuestra democracia: la inexistencia de partidos políticos reales. Lo que hoy tenemos, en su mayoría, no son organizaciones con ideología, militancia y liderazgo, sino simples vientres de alquiler al servicio de ambiciones personales e improvisaciones electorales.

En pocos meses hemos visto cómo se han ido descolgando figuras que intentaron posicionarse como alternativas. Fernando Cillóniz, pese a un esfuerzo serio, evidenció los límites de competir en soledad; Óscar Valdés confirmó que la experiencia de gobierno no reemplaza a una organización viva; Javier González-Olaechea chocó con la fragilidad estructural de su soporte político; Carlos Añaños entendió que el éxito empresarial y los buenos equipos técnicos no bastan sin base partidaria; Hernando de Soto volvió a comprobar que el prestigio internacional no sustituye al arraigo político; Phillip Butters mostró que la popularidad mediática no se traduce automáticamente en viabilidad electoral.

A ellos se suman otros nombres que van y vienen, anunciando precandidaturas efímeras que se evaporan ante el primer conflicto interno, el cierre de inscripciones o la constatación de que no existen cuadros, militantes ni estructura territorial mínima. Sin partido, no hay campaña sostenible ni posibilidad real de gobernabilidad futura.
El problema de fondo es que estos vientres de alquiler no forman líderes ni construyen proyectos colectivos.

No seleccionan candidatos por mérito, trayectoria o solvencia ética, sino por capacidad de financiamiento, exposición mediática o conveniencias coyunturales. Carecen de democracia interna, de escuelas de formación política y de identidad programática. Son franquicias electorales que se activan cada cinco años y luego vuelven a la hibernación.

En ese contexto, el precandidato queda solo. No hay liderazgo que lo respalde, organización que amortigüe errores ni equipo político que sostenga el mensaje. Frente a encuestas adversas, conflictos legales, pugnas internas o simple agotamiento financiero, la salida más racional termina siendo el retiro.

Mientras no reconstruyamos partidos auténticos, con liderazgo probado, bases militantes y una visión de país que trascienda al candidato, seguiremos asistiendo a este desfile de renuncias. No es una crisis de personas: es una crisis profunda del sistema político. Y eso es lo que vamos a remediar con Perú Acción: impulsar una revolución pacífica y estructural que genere un tejido político ético y al servicio del Perú.

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