El desprestigio de la presidente, merecido o no, es de tal magnitud que razones o pretextos abundan. Sólo es cuestión de oportunidad.
El Perú necesita urgentemente un nuevo liderazgo. Mejor dicho, el Perú necesita urgentemente liderazgo porque hoy no lo tiene. Cuanto más bueno, mejor.
El Perú tiene gobernante pero no tiene gobierno. Por eso tenemos los debates que tenemos, de un nivel de precariedad vergonzoso y casi inenarrable.
Los problemas nos aturden, únicamente por el desgobierno. Cualquier gobierno lo haría mejor en materia de seguridad y de crecimiento económico.
En 2021 decidimos dejar de tener gobierno para sustituirlo por lo que fuera. Si bien el desgobierno se veía venir desde 2016, cinco años más tarde decidimos alentar/tolerar cualquier cosa en vez de gobierno. Hoy estamos pagando las consecuencias.
¿Qué va a pasar ahora?
Qué posibilidades reales tiene la señora Boluarte de llegar al 27 de julio de 2026. Muy pocas, casi ninguna. Cuando en abril de 2025 convoque a elecciones, nadie la necesitará y darle soporte será una carga, de alto costo electoral, para cualquier congresista que pretenda brindárselo, bien sea por su futuro político o por su temor a la cárcel.
Si bien siempre existe la posibilidad de tentar el voto parlamentario a través de prebendas, el riesgo de recibirlas es mucho más alto a estas alturas, en las postrimerías, (más bien en los estertores) de este nefando período gubernamental, más todavía con el nivel de rechazo de la población hacia la señora presidente circunstancial.
Sigrid Bazán tiene razón cuando dice que lo que exacerba el desprecio social contra Dina Boluarte es su evidente frivolidad. Pero que lo diga ella me hace recordar aquello de mirar la paja en ojo ajeno o lo que le dice la sartén a la olla. En fin, señora Bazán, usted es dueña de su propio final, como lo es de su propio peinado.
En entrevista con Chema Salcedo, el 16 de octubre pasado, afirmé que la vacancia de Dina Boluarte era viable entre abril y julio de 2025. La razón es muy simple: una vez convocadas las elecciones generales de 2026 (y eso tiene que ser en abril) no hay modo de que el Congreso sea disuelto y los congresistas podrán deshacerse de Dina Boluarte cuando así lo deseen 87 de ellos. El desprestigio de la presidente, merecido o no, es de tal magnitud que razones o pretextos abundan. Sólo es cuestión de oportunidad.
Doce días después, el 28 de octubre, Vladimir Cerrón (que supongo que tiene tiempo para ver todos los programas en todas las plataformas), en tono de amenaza vía X, señaló que Dina Boluarte sería vacada entre abril y julio de 2025. La obviedad de esa ventana temporal contrasta con que el tema haya sido ocultado, bajo la sombra de zamires, chibolines y cirugías, por los propios congresistas.
Fuerza Popular y APP han dicho que no hay razón para una vacancia presidencial ahora y probablemente tengan razón, pero no han comentado nada acerca del anuncio del prófugo Cerrón. Puede ser que ahora no, pero que en mayo sí. ¿Verdad?
Por tanto creo que el fin de Dina está más cerca de lo que se cree. Entrará, en ese caso, algún parlamentario que sea elegido a la presidencia de la Mesa Directiva del Congreso en el momento conveniente. Hay diez que lo harían mejor que la mandataria actual sin duda alguna. Uno de ellos será, dado el caso, quien conducirá las elecciones de 2026.
¿Y quién ganará las elecciones?
En cualquier hipótesis, el cambio de mando será el 28 de julio de 2026 y ganará quien se posicione como la imagen de seguridad que el país reclama. Dar un mensaje claro sobre seguridad, avalado por una ejecutoria verosímil, será determinante en el resultado electoral.
El país entiende que la economía es importante, pero que es mejor el piloto automático que cualquier pretensión de intervención estatal. Por supuesto, quien ponga rostros creíbles ante la sociedad cosechará ventajas adicionales. Igual que quien tenga un mensaje de proyecto nacional a mediano plazo, con base en la optimización de todos nuestros recursos y en la gestión soberana de ellos.
Algo así como abrir los brazos a la inversión, con unas pocas reglas que aseguren incremento de empleo e ingresos, conservación ambiental y preservación de valores y tradiciones locales. O sea, más democracia, más bienestar, más sostenibilidad y más equidad.
Estamos entrando a la fase electoral antropomórfica, que si no tiene personificación desaparece de la escena. Esta etapa requiere unos pocos mensajes cortos pero consistentes. Eso de palabra de maestro o hambre cero ya no funcionará.
Quién hoy proponga el shadow cabinet (gabinete en la sombra) más atractivo puede ganar puntos vitales, que no se ganan con planes ni programas sino con mensajes eficientes.
Tener una oferta de ministros (hombres o mujeres) con mejor perfil que los actuales no es tarea difícil. Que la competencia sea entonces por quién propone a los mejores y no a una manga de improvisados.
Lo bueno debe copiarse: que los ganadores demuestren que están listos para gobernar al día siguiente, que los perdedores demuestren que pueden ser oposición y alternativa para cuando les toque. Ésa es la manera perfecta de competir en democracia.
¿Cuál es mi pronóstico para las elecciones de 2026? Que ganará quien demuestre mayor capacidad para gobernar. Quizá sea más bien un deseo pero estamos en el punto en que ese deseo es posible. Y, además, de necesidad imperiosa.
Creo que es tiempo que los personas y políticos pensantes se agrupen en no más de dos o tres partidos y que no estén pensando en su figuración personal sino que tengan como objetivo por un lado el bienestar del país y por otro lado no hacerle fácil la opción de avanzar más a los Antauros, Bermejos y demás peligros para la democracia.
Creo que es tiempo que los personas y políticos pensantes se agrupen en no más de dos o tres partidos y que no estén pensando en su figuración personal sino que tengan como objetivo por un lado el bienestar del país y por otro lado no hacerle fácil la opción de avanzar más a los Antauros, Bermejos y demás peligros para la democracia.