Hay representantes públicos que han extraviado la racionalidad y se ufanan de ello.
Cito de manera permanente una frase común a ese gran político y académico que fue Luis Alberto Sánchez (el próximo 12 de octubre se conmemoran 125 años de su nacimiento), quien —a despecho de su propia limitación visual— exclamaba: “Dios ciega a los que quiere perder”.
Sánchez aludía con ella a todos quienes desde las altas esferas del poder no solo incurrían en el error, sino que persistían en el mismo. La historia nacional está plagada de tales cegueras padecidas generalmente por caudillos creyentes de su providencialidad e infalibilidad. Los disparates que cometieron pasaron una enorme factura al desarrollo del país y explican nuestro atraso en rubros esenciales del desenvolvimiento social.
Sin embargo, la actual dirigencia pública no es ciega por error. Es ciega por angurria, malicia y perversidad. Sabe que daña con sus acciones, revierte medidas más o menos encaminadas, nos reafirma en la senda de la informalidad y de la improvisación.
El jaloneo sobre el octavo retiro de los fondos privados de pensiones en el mismo seno del Ejecutivo ha sido patético e irritante. Ministros que juraron oponerse se subordinan luego al ukaz populista de la presidente Dina Boluarte, quien por consejo ajeno al Gabinete señala estar a favor. Por supuesto, los promotores de esta partida de defunción al sistema previsional particular en el Congreso se colgaron de la misma cometa.
Y para ratificar que son capaces de hacer lo que les da la gana, ese mismo Congreso aprueba a velocidad del rayo la creación de 22 nuevas universidades como quien expende popcorn en la puerta de un cine. Y para justificar el desatino, encima argumentan que corresponderá a la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (SUNEDU) verificar si están aptas para acreditarse. En mis largos años de periodista, que incluyen la condición de cronista parlamentario, no he visto cinismo de ese calibre.
Mientras tanto, la sesgada y endeble fiscal de la Nación, Delia Espinoza, reposando al cien por ciento en la estrategia de sus fletadores oenegeros y mediáticos (los mismos que le pusieron una vela en la mano para ensayar una “vigilia” frente a las supuestas amenazas de su rival institucional Patricia Benavides, haciéndola un vivo retrato de las prácticas de Susana Villarán, cuyo juicio oral por corrupción se inicia este miércoles 23), la emprende contra el partido de Keiko Fujimori formalizando una acusación penal francamente deleznable.
El cálculo ha sido jugar para la tribuna y asociar la resolución unánime de la Junta Nacional de Justicia de suspenderla seis meses con una triquiñuela fujimorista. El consorcio oenegero-mediático todavía se asigna un alto porcentaje de credibilidad cuando ya hace buen tiempo —y gracias a la prensa libre— se les ha desnudado en todas sus miserias y planes subalternos.
No, no hay líderes enceguecidos por las mieles del poder. Hay representantes públicos que han extraviado la racionalidad y se ufanan de ello.