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OPINIÓN/ Recordando a la canciller Gervasi

Escribe: Luis Gonzáles Posada

La recuerdo serena, con una leve y traviesa sonrisa, y las manos entrelazadas al vientre, siempre comedida y protocolar, pero era una dama inteligente, con autoridad y determinación en la toma de decisiones

Guardo el mejor recuerdo de la canciller Ana Cecilia Gervasi, fallecida a los 57 años de edad.

Era abogada, graduada en la Universidad Católica, con posgrado en Relaciones Internacionales y Diplomacia en la Academia Diplomática del  Perú.

Asimismo, contaba con una maestría en Relaciones Internacionales del London School of Economics and Political Science, especialización en diplomacia multilateral del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de la Universidad de Ginebra (Suiza) y un doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Fue directora general para Asuntos Económicos y de Promoción de Inversiones del Ministerio de Relaciones Exteriores, cónsul general del Perú en Toronto, Canadá, y en Washington D.C., así como consejera de la Misión Permanente ante las Naciones Unidas, en Nueva York, viceministra de Comercio Exterior y viceministra de Relaciones Exteriores.

Durante largo tiempo ejercí la defensa del capitán de navío venezolano-peruano, Luis Humberto de la Sotta, preso y torturado en las mazmorras del Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar (SEBIN), donde permaneció cinco años, cuatro meses y once días, acusado de conspirar con María Corina Machado.

Lo trasladaron, encapuchado y con grilletes, a una celda oscura y pestilente, donde sus verdugos introdujeron su cabeza en una bolsa de plástico para sofocarlo, golpeándolo con palos acolchados para no dejar marcas, y aplicaron descargas eléctricas en el cuerpo.

Ese fue el comienzo del martirio, que continuó en la ‘Casa de los Locos’, un siniestro lugar tan oscuro que los internos no podían verse las manos. Allí lo mantuvieron 32 días. También fue encerrado en el ‘ataúd’ o ‘caja de muñecas’, un espacio de 2 metros de alto por 60 centímetros de ancho y fondo, donde es imposible agacharse o realizar algún movimiento.

De la Sotta contrajo COVID, enfermedad a la que sumó hipertensión severa, complicaciones hepáticas y hernia hiatal. Su función renal quedó comprometida y sufrió infección urinaria, pero los agentes del régimen le negaron el traslado a un centro hospitalario, a pesar de que contaba con una medida cautelar de la OEA y otra de la Misión Independiente de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas para desapariciones forzadas.

Narro esta historia para recordar la valiosa –y admirable– intervención de la canciller Gervasi, que logró no solo la liberación del comandante de la Sotta, sino también su traslado al Perú.

Ante las denuncias públicas que hice, fui convocado al Ministerio de Relaciones Exteriores para informar sobre ese caso. Me recibió la ministra Gervasi junto con el secretario general y hoy canciller, embajador Elmer Schialer. Conforme mostraba los documentos, la indignación de ambos funcionarios era evidente y, de inmediato, ordenaron a nuestra embajada y consulado en Caracas que procedieran a visitar a De la Sotta e hicieran gestiones urgentes para trasladarlo a Lima, misión que se cumplió exitosamente.

El 17 de septiembre recibí una carta de la señora Molly de la Sotta, hermana del oficial de Marina, expresando “nuestras más profundas condolencias por el lamentable fallecimiento de la ex canciller” y agregando: “Queremos expresar nuestra gratitud y reconocimiento en nombre de mi hermano, Luis Humberto de la Sotta Quiroga, a quien la señora Gervasi, con gran valor y compromiso, protegió en sus derechos humanos e integridad física, luchando incansablemente por su liberación del régimen criminal de Nicolás Maduro. Su dedicación y coraje serán siempre recordados por nuestra familia con profundo respeto y admiración”.

La recuerdo serena, con una leve y traviesa sonrisa, y las manos entrelazadas al vientre, siempre comedida y protocolar, pero era una dama inteligente, con autoridad y determinación en la toma de decisiones. La historia que he narrado proyecta la dimensión humana de los diplomáticos, que por lo general no se conoce.

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