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OPINIÓN/ Trump contra Maduro: El fantasma de una invasión

Escribe: Carlos Jaico

 

¿Estamos ante el regreso de la Guerra Fría? Si Trump abre el frente venezolano, Moscú y Pekín responderán, aunque sea de forma indirecta.

 

La presencia de buques de guerra enviados por el gobierno de Donald Trump reaviva un viejo fantasma en América Latina: la posibilidad de una invasión estadounidense destinada a derrocar al régimen de Nicolás Maduro.

Venezuela no es cualquier país. Posee las mayores reservas de petróleo del mundo, mantiene alianzas con Rusia, China e Irán y constituye un punto de presión geopolítica en el hemisferio occidental. Para un Trump decidido a reafirmar el poder de EE.UU., golpear a Maduro equivaldría a golpear a Pekín y a Moscú en un gesto que trasciende el Caribe y se inscribe en la competencia global por la hegemonía.

El costo de semejante acción sería, sin duda, una tragedia humanitaria de proporciones inéditas. Venezuela ya padece la salida de más de siete millones de personas —de los cuales 1.6 millones se encuentran en Perú— en la mayor crisis migratoria de la historia reciente de América Latina. Una invasión aceleraría ese éxodo, desbordando a Colombia, Perú, Brasil y a los pequeños Estados del Caribe. La población civil pagaría el precio con más pobreza, violencia y desplazamientos, mientras los sistemas de salud, educación y seguridad regional colapsarían ante la nueva ola de refugiados.

La soberanía regional también quedaría profundamente herida. Aunque es sabido cuán manipuladas han sido las últimas elecciones en Venezuela, Washington impondría nuevamente la lógica del “cambio de régimen” sobre el principio del derecho internacional a la autodeterminación de los pueblos. En ese marco geopolítico, los países latinoamericanos, ya divididos ideológicamente, se verían forzados a tomar partido en un tablero que trasciende lo regional para situarse en la arena global.

El paralelismo con Panamá en 1989 resulta inevitable. Entonces, EE.UU. logró derrocar a Manuel Noriega, pero dejó miles de víctimas civiles y una cicatriz histórica de humillación. En Venezuela, un país mucho más extenso, con mayor peso energético y con el respaldo de potencias rivales, el desenlace sería mucho más incierto.

Sin embargo, no puede ignorarse la raíz del problema: el régimen de Nicolás Maduro, señalado incluso de liderar el Cartel de los Soles. Su permanencia en el poder, sustentada en fraudes electorales, represión sistemática, tortura y violaciones a los derechos humanos, ha sido calificada por organismos internacionales como dictatorial y, en varios informes, con rasgos de responsabilidad por crímenes de lesa humanidad. Derrocar a Maduro es, para muchos venezolanos y actores internacionales, condición indispensable para restituir la democracia y detener un régimen que ha provocado hambre, persecución y muerte. La cuestión es cómo hacerlo sin destruir aún más al país.

Una intervención en Venezuela, con la activa presencia de intereses rusos, chinos e iraníes, podría reproducir aquel patrón: un conflicto prolongado, acompañado de sanciones, destrucción y un éxodo masivo en pleno corazón de América Latina.

¿Estamos ante el regreso de la Guerra Fría? Si Trump abre el frente venezolano, Moscú y Pekín responderán, aunque sea de forma indirecta. El continente correría el riesgo de convertirse, una vez más, en tablero de disputa global.

Lo cierto es que la permanencia de Nicolás Maduro se ha vuelto insostenible. Más allá de la vía diplomática, política o incluso militar, América Latina y la comunidad internacional deberán asumir que deponer a este régimen dictatorial es condición necesaria para abrir paso a la reconstrucción democrática de Venezuela y a la paz continental.

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