Past presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa y director de Confiep
El Congreso debe dejar de ser un obstáculo para el progreso del país y convertirse en un verdadero motor de cambio en el último año de gestión
La reciente encuesta de Ipsos Perú 21 no hace más que confirmar lo que muchos peruanos sienten en carne propia: una profunda desconfianza hacia el Congreso de la República y una creciente preocupación por la alarmante situación de inseguridad que azota al país. Los números son elocuentes y despiadados, reflejando una ciudadanía exasperada por la inacción, la ineficacia y, en muchos casos, la abierta negligencia de quienes deberían estar velando por el bienestar común.
La desaprobación del Congreso, que se mantiene persistentemente alta, no es un mero dato estadístico, sino un síntoma de una enfermedad política más profunda. La ciudadanía percibe, con razón, que el Parlamento se ha convertido en un espacio de intereses particulares, de cálculos mezquinos y de una preocupante desconexión con las necesidades reales de la población. Las constantes disputas internas, las acusaciones cruzadas y la escasa producción legislativa de calidad han erosionado la confianza pública, dejando a los peruanos con la sensación de estar a la deriva, sin un timonel que guía el rumbo del país.
Un presidente del Poder Legislativo con apenas 5% de aprobación refleja lo tan desprestigiado que se encuentra la política nacional a un año en que los peruanos volverán a las urnas para elegir a sus nuevos representantes. Abril 2026 será decisivo para que los ciudadanos emitan un voto responsable y consciente para escoger los mejores cuadros.
Esta percepción negativa se agudiza aún más por la crisis de seguridad que vivimos. La
delincuencia organizada, el sicariato, la extorsión y el microtráfico tomaron las calles, sembrando el miedo y la zozobra en cada rincón del territorio nacional. Los ciudadanos se sienten desprotegidos, abandonados a su suerte frente a una criminalidad que parece imparable. Y, lo que es peor, perciben una alarmante falta de liderazgo y de resultados por parte de las autoridades encargadas de garantizar la seguridad.
En este contexto, la figura del Ministro del Interior se vuelve clave. Sin embargo, la gestión del actual titular del Interior es objeto de fuertes cuestionamientos. La falta de una estrategia clara y eficaz, la ausencia de medidas contundentes y la sensación de que el problema se agrava día tras día generando una profunda decepción en la población. La ciudadanía exige resultados, acciones concretas que demuestren un verdadero compromiso con la lucha contra la delincuencia. Pero, hasta el momento, lo que ha recibido son promesas vacías y justificaciones poco convincentes.
La situación se torna aún más crítica si consideramos la relación directa entre la inestabilidad política y el aumento de la inseguridad. Un Congreso desprestigiado y un Ejecutivo debilitado crean un caldo de cultivo perfecto para la delincuencia, que aprovecha la falta de autoridad y de control para expandir sus tentáculos. En este sentido, la responsabilidad del Congreso es ineludible. Su incapacidad para aprobar leyes que fortalecen el sistema de seguridad, su constante obstruccionismo y su falta de visión de Estado contribuyen directamente al deterioro de la situación.
Es hora de que los congresistas tomen conciencia de la gravedad del momento y asuman su responsabilidad ante la historia. No basta con promesas vacías ni con discursos grandilocuentes. La ciudadanía exige acciones concretas, leyes que fortalezcan la lucha contra la delincuencia, un control político más riguroso y una mayor transparencia en la gestión de los recursos públicos.
El Congreso debe dejar de ser un obstáculo para el progreso del país y convertirse en un verdadero motor de cambio en el último año de gestión. Debe priorizar los intereses de la nación por encima de los intereses particulares, trabajar en conjunto con el Ejecutivo para encontrar soluciones a los problemas que aquejan a la población y demostrar, con hechos concretos, que está a la altura de las circunstancias
De lo contrario, la desaprobación ciudadana seguirá creciendo, la crisis de seguridad se agudizará y la democracia peruana se verá cada vez más amenazada. El futuro del país está en juego y el Congreso tiene la oportunidad de reivindicarse ante la historia. Pero el tiempo se agota y la paciencia de los peruanos se está agotando aún más rápido.