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PRONÓSTICO RESERVADO

Escribe: César Campos R.

 

No contar con una estrategia oficialista que sostenga los ejes de acción del Ejecutivo y sufrir el descaro de la mayoría parlamentaria con sus componendas despreciables, abona terreno para imponer la anarquía, alentar las prácticas informales, espantar las inversiones y esparcir el desánimo.

 

 

A la luz de una experiencia ganada en la lectura política y el ojo puesto sobre los desempeños presidenciales en cuanto a discursos de fiestas patrias, suscribí en mi columna anterior la esperanza que el de la presidenta Dina Boluarte este año – el primero de su gestión –  fuera breve, austero en autoelogios o listados de goles, y debía dibujar el empedrado camino que nos aguarda para ver luz al final del túnel.
Añadí que, por supuesto, las medidas concretas serían bienvenidas, pero igual resultaba necesaria una invocación a los hombres y mujeres de a pie a sostener el proceso de recuperación, ganando los tres espacios humanos con los cuales se legitiman las autoridades: la mente, el corazón y el estómago. («Mensaje potente», EXPRESO, 23 de julio).
Decía Jesús según la Biblia: «El que tenga oídos, que oiga». Y Boluarte deja la impresión que ensordece por propia voluntad, necedad o sometida al imperio de un asesor bizoño y elemental que le sugirió parlotear el discurso más largo, soporífero e insulso que se recuerde en la historia republicana.
Es nula mi intención ser el escuchado, sino que abogo por el abanico de personas sensatas y con vuelo político que sintonizan la misma frecuencia. Incluyo en esta categoría al premier Alberto Otárola y me resisto a creer que haya suscrito semejante desperdicio de tiempo.
El fondo de las débiles formas de nuestra jefa de Estado debe preocuparnos supinamente. Porque no conecta, no inspira, no suma, no sensibiliza a tirios ni a troyanos. Y eso atenta contra su estabilidad, la que muchos peruanos pretendemos para ella y su gobierno, mirando en paralelo la tarea de zapa, siempre taimada, del espectro extremista y también caviar, el que busca derrumbarlos para recuperar su imperio burocrático e imponer la agenda globalista de quienes patrocinan sus ONG.
No contar con una estrategia oficialista que sostenga los ejes de acción del Ejecutivo y sufrir el descaro de la mayoría parlamentaria con sus componendas despreciables, abona terreno para imponer la anarquía, alentar las prácticas informales, espantar las inversiones y esparcir el desánimo. Estamos dentro de un coche que padece atasco en el arenal. Admitamos esta comprobación para luego deducir los escenarios sobrevivientes.
El primero es que a falta de éxito en la agitación callejera sincronizada, los activistas permanentes de la desestabilización volverán al programa focalizado. Vale decir, la algarada regional. El segundo, la atención de la policía a estos eventos distraerá los esfuerzos contra la inseguridad ciudadana prometidos por Boluarte el 28.
Tercero, de ese Parlamento bazofia que tenemos surgirá el escándalo detonante de la paciencia ciudadana y hará fácil un deplorable episodio de violencia ya vivido en otros tiempos y latitudes. Y el efecto dominó será inevitable para otras instituciones del Estado. Molesta decirlo, pero la administración Boluarte ingresa al quirófano del pronóstico reservado.

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