STEFANO Y SUS CRÍTICOS
Por: César Campos R.
Era de esperarse que el triunfo deportivo de Stefano Peschiera Loret de Mola en los juegos olímpicos de París cosechara parte de esa lenta siembra de odio y resentimiento contra personas de piel blanca o nombres y apellidos extranjeros y además pudientes, del cual hoy se nutren algunos sectores del país, principalmente de izquierda pero extendida a otras esferas no ideologizadas de nuestra heterogénea sociedad.
Dicha siembra se inició con el surgimiento de Pedro Castillo en la disputa por la presidencia de la República durante las elecciones del 2021 y su posterior éxito en la segunda vuelta de tal proceso.
El remolino intelectualoide que defendió a este hombre elemental, sin luces ni proyecto político sólido, le proporcionó el argumento de ser objetado por su “raza” (pese a su visible condición de mestizo) y origen rural. Toda crítica a sus ideas inmediatamente era atribuida a la “élite limeña”, a la cual supuestamente asqueaba la presencia de un cholo en la casa de Pizarro. El mismo Castillo se encargó de engordar esa falacia hasta que se descubrió que su apetito y el de su entorno familiar por las coimas en desmedro del Estado, era más oligárquico y criollo que la mazamorra morada.
Peschiera es el primer campeón peruano de las olimpiadas en padecer invectivas de esa naturaleza. No lo experimentó el primero de ellos, Edwin Vásquez Cam (medalla de oro en los JJOO de Londres, 1948), descendiente de chinos y nacido en el barrio popular de Malambito del centro de Lima. Por el contrario, se destacó su mérito como emergente de la época.
Tampoco Francisco Juan Boza Dibós (medalla de plata en los JJOO de Los Ángeles, 1984), descendiente de una antigua familia aristocrática propietaria de haciendas en Ica. No ocurrió con las seleccionadas de vóley nacional (medalla de plata en los JJOO de Seúl, 1988) cuyas integrantes eran un verdadero mosaico étnico y socioeconómico, unidas por la disciplina y el ansia de triunfo (décadas después, en tiempos de Ollanta Humala, se habló por primera vez de roces entre ellas).
Ciertamente Peschiera ha tenido opiniones políticas precedentes, contrarias al colectivismo. Y en respuesta a sus críticos de hígado revuelto, dudoso humor y miseria mental, ha tenido una frase lapidaria: “que se concentren en ser exitosos”. Alusión clara a los onanistas de la izquierda universal, triunfadores en la demagogia y fracasados en la gestión pública.
Así es. No perdamos de vista que esa izquierda llega a ser exitosa en lo que Joseph Goebbels instituyó como el principio número 10 de la propaganda: “La propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas”. Y el racismo (innegable y no erradicado aún, pero no creciente) se manifiesta también primitivamente contra personas como Peschiera por complejos, odios y prejuicios. Es hora de parar esas miserias.